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lunes, 22 de junio de 2015

IRAN (2013) Ken Taylor, el embajador canadiense en Irán que fue mucho más que un actor de reparto


Protagonistas

Ken Taylor, el embajador canadiense en Irán que fue mucho más que un actor de reparto

Retratado ahora en la película Argo, ganadora del Oscar, fue clave en el operativo para sacar de Teherán a seis rehenes norteamericanos
Por   | LA NACION
NUEVA YORK.- Todo estaba más que bien. Estrenaba los cuarenta años y tenía su primer destino como embajador de Canadá. Se sentía feliz y lleno "de todas las expectativas" de una etapa colmada de promesas. Ilusionado, hizo el equipaje y partió junto a su mujer, Pat, y su pequeño hijo, Douglas, rumbo a lo que hoy recuerda no como una ciudad que asociaba al peligro sino, más bien, a lo desconocido, a lo distinto de su cultura y de su pasado de praderas y parques naturales en la Calgary natal. Era un diplomático joven, inteligente y lleno de ilusiones que partía, por fin, hacia lo exótico.
Iba rumbo a Teherán y nada -jura que nada- hacía prever lo que pasaría cuando, un día, recibió en su casa una llamada telefónica que pedía ayuda.
Ése es el relato con el que empieza la peripecia de Ken Taylor, el embajador de Canadá en Teherán que vivió la historia en la que se inspiró Argo , premiada días atrás con el Oscar a la mejor película. Es la historia del verdadero protagonista, y es la historia de su mujer, Pat, la médica que, por entonces, trabajaba en el servicio de transfusiones de Teherán, y es la historia de su hijo, Douglas, que iba a clase al Liceo Francés. Ellos fueron la familia real detrás de la decisión personal, primero, y del gobierno de Canadá, inmediatamente después, de albergar a seis norteamericanos que, muertos de miedo, escaparon de la embajada de su país justo en el momento en que el edificio era tomado por fanáticos de la revolución que derrocó al sha Reza Pahlevi.
Nadie lo sabía en ese momento, pero comenzaba la llamada "Crisis de los rehenes". El gobierno islámico tomó a 66 diplomáticos y ciudadanos norteamericanos y los mantuvo cautivos como pieza de cambio durante 444 días. Fue una pesadilla que costó el gobierno a James Carter, signó el comienzo del de Ronald Reagan e instaló una nueva etapa de temor, a la sombra del -por entonces desconocido- ayatollah Khomeini. Con la ayuda de Taylor, que los escondió durante tres meses en su casa, seis de las víctimas pudieron escapar, luego, camuflados como ciudadanos canadienses, con pasaportes aportados por su gobierno.
Más en lo doméstico, a ellos pudo costarles el pellejo. Pero aún hoy, Taylor y su mujer eluden el papel de héroes con el que han sido reconocidos y condecorados. "Todo empezó porque esta gente llamó por teléfono, primero, a mi colega, John Sheardown. Él me llamó y me puso al tanto de la situación: que estas seis personas no tenían dónde ir y corrían peligro. Inmediatamente dije que vinieran a la residencia. No se me ocurrió que pudiera haber otra respuesta", cuenta Taylor a LA NACION. Era peligroso, pero nada hacía prever lo que sobrevendría.
Han pasado 34 años. El diálogo ocurre en la sede local del Consejo para las Américas (Ascoa, por su sigla en inglés) que lidera Susan Segal. Es un rato a solas, poco antes de que de que "Ken y Pat" expongan ante unas 200 personas. "No cabe un alfiler, hay un interés enorme", comenta Adriana LaRotta, la responsable de comunicaciones. No es sólo que la película reflotó la historia sino que ha habido polémica y mucha. Ocurre que el film de Ben Affleck se aleja de los hechos históricos y reserva para la CIA el papel estelar. La reacción popular en Canadá no ha sido agradable. De este lado de la frontera, en tanto, el propio Carter corrigió el guión de Hollywood. "Argo fue un 90% gracias a Canadá", dijo, en una entrevista con la CNN.
"Como película es muy entretenida, yo la he disfrutado. Ahora, si la pregunta es si eso es lo que realmente ocurrió, me dan ganas de decir «Hey, me hubiese gustado estar allí, porque hubiésemos pasado un rato estupendo»", ironiza Taylor. El humor y la humildad son dos constantes en su relato. De hecho, si algo quiere es que se reconozca el gesto de su país, no el suyo. "La idea central de todo esto fue que, para huir del riesgo que corrían en Teherán, los norteamericanos se hicieran pasar por canadienses y que tuvieran pasaportes que lo probaran. Otra cosa es a qué se dedicaban", sostiene.

Solidaridad y valentía

 
El actor Victor Garber como Ken Taylor, en una escena de ArgoLEigh. 
La conversación transcurre en un salón que ahora preocupa a la gente de la Ascoa: sus dibujos a mano de más de dos siglos se están descascarando y aún no se da con la mano generosa que ayude a la restauración. Ajeno a ello, Taylor acepta desgranar entre la ficción que cuenta la pantalla y la realidad de los momentos en que todo podría haberse descarrilado.
Una de las cosas que más llaman la atención es que nadie supiera. "No es que nadie lo supiera", corrige Taylor, quien aprovecha para ratificar la "solidaridad y valentía" de todos los que pusieron el hombro. El listado es largo. Entre ellos, un periodista del diario La Presse, de Canadá, que sobre el final pescó la pista. "Pero no dijo nada ni publicó nada hasta que los seis norteamericanos estuvieron a salvo. No se si hoy ocurrirían esas cosas", dice.
Quienes sí estaban al tanto fueron, naturalmente, otros colegas diplomáticos que ayudaron con lo que pudieron. "No sé incluso si lo sabían sus cancillerías", comenta. Destaca especialmente el apoyo de amigos de Dinamarca y de Nueva Zelanda.
Sabían que el riesgo de que los "huéspedes" fueran descubiertos era real. Pero, en ese caso, la inquietud central no era tanto qué pasaría con ellos como "conspiradores", sino con los norteamericanos. Sobre todo, a la luz de la agonía que vivían "los otros 52", a los que se sometía a tortura psicológica y simulacros de fusilamiento que nunca se sabía cuándo dejaban de ser tales.
"Calculé que, con suerte, si la historia se filtraba, teníamos unos veinte minutos antes de que llegara la Guardia Revolucionaria a casa." Con ese plazo en mente logró, con otros colegas diplomáticos, la preparación de un albergue de emergencia donde esconder a los norteamericanos y ganar algunas horas. "Por suerte, nunca tuvimos que usarlo", dice.
El otro mito es el de la mucama que enfrenta a los revolucionarios. "No hubo tal mucama", dice Pat. La casa contaba con "cuatro o cinco" asistentes iraníes que, con el paso de los días, empezaron a hacer preguntas. "Estoy seguro de que imaginaron muchas cosas, pero nunca supieron la verdad". Todos ellos fueron "interrogados" por los revolucionarios una vez que la historia se supo. "Pero no les pasó nada malo. Fue un interrogatorio normal en el que nada pudieron decir porque no sabían nada."
Taylor recuerda a Tony Méndez, el agente de la CIA que acompañó a los norteamericanos en la huida, que interpreta Ben Affleck en la película, como un "hombre genial, con el que daba gusto trabajar". A la hora de camuflar a los falsos "ciudadanos canadienses" las opciones fueron varias. "Se nos ocurrió que podían hacerse pasar por ingenieros en petróleo, documentalistas o productores de una película, entre otras cosas. Ellos eligieron lo de la película", recuerda.
La charla sigue y los detalles vienen y van. Los buscan amigos que hablan de ellos como personas que "representan los mejores valores" de Canadá. Buenos anfitriones: de los que se encargan más del otro que de ellos mismos, aunque eso pueda costar demasiado caro. Taylor lo define de otro modo: "canadienses", dice.
A todo esto, el verdadero nombre de la operación no fue Argo, que sí fue el título de la película que simulaban filmar. El verdadero nombre fue Canadian Caper (Travesura canadiense).
Nunca mejor elegido.

quién es

  • Nombre y apellido : Ken Taylor
  • Edad : 78 años
  • Diplomático
    A los 40 años, tuvo su primer destino como embajador en Teherán. Llegó allí con su esposa, Pat, médica, y su hijo Douglas.
  • Ayuda clave
    En 1979, albergó en su residencia a seis norteamericanos que habían huido de la toma de rehenes en la embajada de EE.UU. y consiguió los pasaportes canadienses que los sacaron del país
  • XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
  • "Hay que intentar una relación más neutral"

    NUEVA YORK.- Pasaron tres décadas desde sus días como embajador de Canadá en Teherán, pero Taylor sigue de cerca lo que involucra al país que marcó sus días.
    Así, entre otras cosas, se muestra al corriente del acuerdo que el gobierno de Cristina Kirchner acaba de firmar con el régimen iraní para crear una "comisión de la verdad" sobre el atentado terrorista a la mutual judía AMIA y se muestra "francamente confundido". "Me da la impresión de que cambiaron la naturaleza del acuerdo", fue lo primero que dijo. "Inicialmente el acuerdo parecía apropiado para todas las partes involucradas. Pero ahora no está claro quién juega el papel principal ni cuál es la real naturaleza de lo acordado, y la verdad es que no estoy seguro de cómo terminará eso", añadió.
    Al entrar en consideraciones sobre la situación actual en Irán y la tensión generada con buena parte de las capitales occidentales, Ken Taylor expone su punto de vista sin preconceptos. "Da la impresión de que hay falta de entendimiento de ambas partes. La situación en Irán es incierta, es difícil saber qué es lo que está pasando allí. Pero sí parece claro que el país considera que Occidente y, en particular, los Estados Unidos, quieren un cambio de régimen. Creo, más bien, que ambos lados deberían intentar una relación más neutral", señaló.
    Taylor recuerda la efervescencia diplomática de Teherán cuando llegó a esa capital "lleno de ilusiones" por el nuevo destino. "Teherán tenía por entonces cerca de 90 embajadas. Muchas de ellas, con una agenda focalizada en petróleo y desarrollos energéticos. A los cuatro años, cuando nos fuimos, no había más de 25. Empezaba otra etapa." Fue el eje entre el período previo y posterior a la revolución islámica del ayatollah Khomeini.
    -Con la vista puesta en el momento de su llegada y lo que vino después, ¿alguna vez pensó que el sha caería como cayó y que el país cambiaría como lo hizo?
    -No. Ni yo mismo recuerdo haberlo pensado ni tampoco otros amigos míos, iraníes y no iraníes. Cuando pienso en aquellos días, no recuerdo a nadie que señalara la posibilidad de un giro tan radical.
    -¿Qué imagina para Irán dentro de los próximos cinco años?
    -Creo que, en cierto modo, la revolución sigue. Es un experimento, una "democracia en un Estado teocrático". Nadie sabe si eso funciona o no. Tiene un líder supremo, que no es elegido, pero un Parlamento que sí lo es. En términos de la historia de Irán, de 3000 años, los 34 pasados no son tantos. Ahora, el desafío es que Irán considera que está en su derecho a afirmar que desarrolla tecnología nuclear para propósitos pacíficos y el mundo es escéptico. Son tiempos inciertos, que se reducen a un dilema entre dos opciones malas. Esto es, permitir que Irán tenga capacidad nuclear y ver qué pasa, o impedírselo.
    -Usted, que conoció los dos Irán, el de antes y el de después de la revolución, ¿cómo mira el desenlace desde el lado iraní?
    -No están listos para negociar bajo amenaza. Después de 3000 años, hay un sentimiento que les impide supeditarse a lo que digan poderes de este último siglo. Estamos ante el desafío de un delicado equilibrio entre sanciones que impulsen un cambio o que, por el contrario, tornen la situación más desafiante..

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