Diario "Clarín". Buenos Aires, 26 de abril de 2015.
Es un enclave armenio en Azerbaiján. Entre 1989 y 1994 los enfrentó una guerra. Aún hay varias zonas en ruinas.
La boscosa República
de Nagorno Karabaj es un imposible geopolítico. Ninguna nación en el
mundo la reconoce como tal salvo el puñado de sus 150 mil habitantes. De
modo que no hay forma que exista hacia afuera de sus mínimos 12.000
kms. cuadrados. Este curioso país más pequeño que el partido de La
Matanza, está unido por una ruta como un cordón umbilical a Armenia, de
la cual obtiene todo, desde la identidad hasta los recursos económicos
en una experiencia única iniciada tras la sangrienta guerra que libró
por su independencia con el vecino Estado de Azerbaiján entre 1989 y
1994.
Estar aquí es cruzar del otro lado del espejo donde el revés
puede ser lo correcto. Nagorno es una anormalidad que expresa su
bandera, entre lo que es y debería ser. El paño tiene los colores rojo,
azul y naranja armenios pero en una esquina hay un triángulo partido
separado por una línea blanca como aguardando la hora en que encaje en
la figura.
Hace demasiado poco que la guerra cruzó estas calles.
No se notan tanto las huellas del conflicto en la capital Stepanekerth,
pero sí mucho más en la segunda ciudad del país, Sushi, que concentró
buena parte de las acciones militares, especialmente en los años 91 y
92. Hay edificios en ruinas, quemados y destruidos por la violencia de
las batallas. Una mezquita de más de un siglo de existencia, la única en
el lugar, está en ruinas, con sus dos minaretes destruidos y apenas
defendida por una placa que la anuncia como museo. Pero ya no hay
musulmanes en la región, la religión de los azeríes, y que convivían
perfectamente antes de las hostilidades con la comunidad cristiana
mayoritaria local.
Kegan Musheim, el chofer y guía de los
periodistas, un militante del Consejo Nacional Armenio y a sus veinte
años ex combatiente en ese conflicto, recuerda que el choque se
estableció cuando agonizaba la Unión Soviética. Nagorno Karabaj o
República de Artsakh era una de las 15 provincias del reino de Armenia
que rigió el lugar desde dos siglos antes de Cristo. Después de la
Revolución rusa y pese a ese linaje, el régimen de Joseph Stalin decidió
inopinadamente que el Oblast (región) autónoma de Nagorno Karabaj con
una mayoría de 94% de población armenia pasara a formar parte de la
república soviética de Azerbaiján. Cuando la URSS entró en su decadencia
definitiva, en 1988, el pueblo de Nagorno demandó la salida de la
órbita de Azerbaiján para integrarse a Armenia. Pero ese paso fue el
umbral de la tragedia. El Congreso azerí negó esa posibilidad, la
tensión creció, y cuando se desintegró el mundo soviético y era
inevitable que Karabaj decidiera su destino, Azerbaiján invadió la
región.
Tras casi cinco años de guerra con enorme participación de
Armenia y que dejó un saldo de más de 30 mil muertos en ambos bandos,
el enclave se declaró independiente a la espera de integrarse a su madre
patria. Pero todo quedó en un limbo. El conflicto técnicamente no
terminó. Apenas se acordó un cese del fuego que aún sigue como un leve
hilo que sostiene este armado con un puñado de países, el llamado Grupo
Minsk que observa que no se reanuden las hostilidades. Pero hay combates
constantes. A mitad del año pasado hubo centenares de muertos en la
frontera común, y en octubre las antiaéreas azerbaiyanas derribaron un
helicóptero de entrenamiento armenio matando a toda su tripulación. El
país sigue en pie de guerra, como sostiene el presidente Bako Sahakyan.
“La amenaza es constante”, le dice a Clarín en su oficina de la jefatura
de gobierno en Stepanekerth. La llamada “línea de contacto” que es la
frontera del enclave con Azerbaiján es una de las zonas más
militarizadas del mundo.
Nada sin embargo, está a la vista. Este
periodista ha regresado después de unos años a la región y la diferencia
es notoria. De la aldea que era, se avanzó a una ciudad moderna en su
capital donde casi no se ven militares ni se percibe la tensión que late
bajo la superficie. Pero Sahakyan admite que por la anormalidad que
viven están “impedidos de acceder a los organismos internacionales de
crédito”, a las inversiones privadas o a cualquier otro sistema fuera de
las vías de asistencia. Cuando se le pregunta qué pasos restan para que
la región, embotellada dentro del territorio azerí, avance a una
integración con Armenia y se acabe con este disloque, sostiene eludiendo
otros comentarios “que aún no es tiempo”. Sucede que un paso de esa
índole desataría un caso bélico que rompería tanto los acuerdos de Minsk
como el endeble cese del fuego vigente. Frente a la amenaza de ese
horror sólo queda este singular limbo de una nacionalidad que no es
atrapada en un barril de pólvora.
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