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viernes, 13 de diciembre de 2013

CHINA. SE REPLANTEA EL MODELO, PESE AL ÉXITO.


Reforma obligada

China se replantea su modelo, pese al éxito

El sistema da muestras de agotamiento, luego de una década dorada
Por   | China Files


PEKÍN.- China se prepara para cerrar una década dorada , que la consolidó como potencia política, económica, diplomática y deportiva. Bajo el saliente presidente Hu Jintao y el premier Wen Jiabao, el país cuadruplicó su PBI y quintuplicó sus exportaciones.
Pero tras diez años de crecimiento espectacular, China llegó a una encrucijada y hoy busca un nuevo modelo . Con la crisis en Europa y la temblorosa recuperación de Estados Unidos, sus exportaciones sufrieron una pronunciada caída y la economía se desaceleró, una tendencia peligrosa para un país que necesita crecer, al menos, a un 7% anual para sacar de la pobreza a millones de personas. Y, por el aumento del costo de vida, su papel de fábrica del mundo está en duda.
No es sólo el modelo económico el que se agota, también el político: los chinos son cada vez más críticos con el régimen y la tensión social crece.
Para los chinos, quedó claro que esta década de auge trajo también mayores llamados de apertura económica y política.
En el terreno económico, China enfrenta grandes desafíos, que reflejan su contradictoria condición de segunda economía mundial y país de renta media baja.
"China debe cambiar su modelo de desarrollo y prestar más atención a la calidad del crecimiento económico. Antes, centraba la atención en las inversiones públicas y en el comercio exterior, pero hoy debe atender un tercer pilar, que es su demanda interna", señaló a LA NACION Wu Guoping, de la Academia China de Ciencias Sociales.
Ese incremento del consumo interno podría aliviar la dependencia de la producción manufacturera y ayudar a encaminar la economía hacia las industrias de servicios.
Otra de las tareas más urgentes para completar su transición hacia una economía de mercado es aplicar reformas que permitan al sector privado competir en condiciones equitativas.
Uno de los compromisos de Pekín al entrar a la Organización Mundial de Comercio, en 2001, era permitir el capital privado en la banca, pero 11 años después los bancos extranjeros aún encuentran dificultades para establecerse en el mercado financiero de mayor crecimiento en el mundo.
De igual manera, las empresas privadas encuentran grandes dificultades para acceder a créditos, que en cambio son concedidos a las firmas estatales a tasas preferenciales.
Una de las preguntas más espinosas es precisamente qué hacer con las mastodónticas empresas estatales. Reformadas a finales de los 90, pasaron de arrojar pérdidas a consolidar sólidos monopolios que reportaron una enorme rentabilidad. Pero esas ganancias se deben en gran medida a las condiciones favorables para obtener préstamos, subsidios, tierra y mercados casi cautivos.
"Las empresas estatales deben dejar de ser un brazo administrativo y gozar de monopolios para introducir una verdadera gobernanza corporativa", advirtió la influyente revista independiente Caixin.
La gestión de esas empresas también deja mucho que desear gracias a un sistema poco transparente en el que, como sucede mucas veces en China, la política y los negocios van de la mano. Chen Tonghai, el ex presidente de la petrolera estatal Sinopec, fue condenado, en 2009, por haber recibido 28 millones de dólares en sobornos.
Además, sus gerentes suelen tener rango dentro del Partido Comunista y son, con frecuencia, familiares directos de la cúpula del gobierno, lo que genera suspicacia sobre las fortunas de la elite comunista y sus conflictos de interés. Li Keming es el vicepresidente de la empresa tabacalera estatal -la mayor del mundo-, pese a que su hermano Li Keqiang, el próximo premier, es el encargado de la salud pública. Y el hermano del destituido Bo Xilai cobraba 1,7 millones de dólares al frente de un conglomerado estatal de servicios financieros.

Más transparencia

Por otro lado, a nivel social, los chinos comienzan a reclamar mayor participación en un proceso político cerrado a la participación ciudadana. Aunque el partido tiene 82 millones de miembros, la realidad es que sus decisiones son tomadas en un núcleo muy reducido de personas.
Hay elecciones solamente en el nivel local en zonas rurales, pero difícilmente pueden ser calificadas de democráticas. El Poder Judicial, en tanto, muchas veces se comporta como otro brazo del partido. Y la disidencia se castiga muchas veces con la detención en campos de trabajo.
Con el aumento del descontento en las redes sociales y en la calle, el partido parece haber entendido que la sociedad china le está exigiendo más transparencia y capacidad de respuesta a sus problemas diarios, como la polución ambiental.
En su discurso inaugural del congreso, el presidente Hu Jintao enunció, el jueves pasado, varias de las reformas que deberían ser tomadas, como concentrarse en duplicar el PBI per cápita para 2020, incentivar el consumo interno e implementar reformas políticas para una gradual apertura en la toma de decisiones. La nueva cúpula, que encabezará Xi Jinping, será la encargada de aplicar los proyectos de reforma que se aprueben en este cónclave.
El peso que le den a cada aspecto dependerá de cómo quede conformada la nueva cúpula de poder, sea reformista -hacia una apertura política y liberalización de mercado- o conservadora -fiel a no poner en riesgo los actuales poderes políticos-.
Normalmente, el partido tiende a balancear los poderes en la cúpula. En este sentido, Xi es más cercano al ala conservadora, y Li es un reformista. Al estar Xi al mando, posiblemente acompañado de otros miembros conservadores en el Comité Permanente (órgano central del poder), las reformas económicas podrían ser expeditas, mientras que las políticas irían a un paso mucho más lento.
Desde hace años, China observa con admiración el éxito de Singapur, un país con el cuarto mayor PBI per cápita del mundo, un enorme flujo de inversiones y una de las más exitosas políticas de atracción de empresas.
La fascinación no es sólo económica: el pequeño Estado de cinco millones de habitantes ha sido gobernado por el Partido de Acción Popular (PAP) desde su independencia, en 1965, dentro de un sistema democrático pero unipartidista. Una dinastía familiar, integrada por Lee Kuan Yew y ahora su hijo Lee Hsien Loong, ha gobernado durante 39 años.
"Hay un buen orden social en Singapur gracias a que sus líderes gestionan todo con rigurosidad. Deberíamos aprender de su experiencia", decía, hace ya 20 años, Deng Xiaoping, el arquitecto de la apertura económica china.
"El modelo de Singapur es una referencia de mucha importancia para el liderazgo chino", explicó a LA NACION el politólogo Joseph Chang, de la Universidad de Hong Kong. "El PAP ha podido mantenerse en el poder durante décadas, gracias a que goza de un amplio respaldo popular y a que la oposición no consigue competir por el poder. Es un país muy eficiente y además tiene una excelente imagen y niveles ínfimos de corrupción."
Reproducir muchas de las exitosas medidas de un país de cinco millones de habitantes en uno de 1340 millones resulta complicado, pero su proyecto engloba los retos de los próximos líderes chinos, presionados por encontrar un equilibrio entre economía y política.

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