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miércoles, 15 de enero de 2014

QUEBEC. ESPINA EN LA PAZ DE CANADÁ. 1997



Diario ”La Nación”. Buenos Aires, lunes 15 de diciembre de 1997 | 
Hipótesis de conflicto
Espinas en la paz de Canadá
En Quebec, junto a las murallas y frente al Chateau Frontenac, se alza un monumento en honor a dos militares: el general inglés James Wolfe (1726-1759) y el mariscal francés marqués Luis José de Montcalm (1716-1759).
Fue erigido el siglo pasado, cuando era gobernador de Canadá el conde de Dalhousie -escocés-, y reza en su frente: "El valor les dio a ambos una muerte común; la historia, una fama común, y la posteridad, un monumento común".
La cosa no tendría nada de especial, excepto por el hecho de que los dos eran enemigos y cayeron en la misma batalla que, en 1759, decidió la suerte de Canadá.
Wolfe, famoso por su pésima salud -reumatismo, cálculos, tuberculosis, fiebre y, cuando navegaba hacia Canadá, un mártir del mareo-, alcanzó a vivir después de la batalla sólo para enterarse de la victoria. Luego murió, tras haber ganado para su país una de sus más brillantes joyas. Tenía apenas 32 años y si sus heridas no lo hubieran matado, habría durado muy poco más.
De aquella batalla de septiembre de 1759 quedó un problema sin resolver: el destino de los franceses de Quebec y su decisión categórica de mantenerse franceses y católicos, aun con una soberanía extranjera, enemiga y -para ellos- hereje.
La presencia francesa en América del Norte data de Francisco I, decidido hasta el punto de prescindir de la determinación papal de asignarla a España y audaz como para afirmar que la habían descubierto franceses 30 años antes que Colón.
El rey demostró su ingenio cuando -en otro contexto- le demandó a Carlos V: "Enseñadme en qué parte del testamento de nuestro padre Adán está escrito que esas tierras sean para Vuestra Majestad".
De hecho, no fue hasta 1608 cuando comenzó la colonización en mínima escala, con la poderosa ayuda de los jesuitas desde 1625. Con la misma heroica y clásica santidad que caracterizó su orden: diez mártires a manos de los indios iroqueses en los primeros 40 años. Su papel fue, como siempre, decisivo.
A los colonos les costó habituarse a su nueva patria, pero hacia los últimos años del siglo XVII ya habían asumido su esencia americana y habían logrado que los colonos de Nueva Inglaterra vivieran en "angustia continua, ininterrumpida".
"Del temor a los canadienses nació poco a poco el patriotismo angloamericano; contra el invasor, contra el papista siempre victorioso, contra el caballero canadiense y su guerra implacable."
Fue, en suma, este pueblo combativo y victorioso en generaciones de batallas (1) el que se enfrentó tras la derrota con una nueva realidad.
Su reacción fue tremenda. El año siguiente, Bernier, testigo presencial, la consideró la más "terrible revolución" que vería un francés de su generación (sic).
LA TRAICIÓN DE UN REY
Considerándose traicionados por el rey Luis XV, "el bien amado", se anticiparon a los acontecimientos que se vivirían poco después en Francia: "Dejaron de amar al rey" (Claude de Bonnault, "Histoire du Canada franais", Paris, Presses Universitaires de France, 1950, pág. 298).
Eran 65.000 y, frente a su sombría hostilidad, el gobierno inglés optó por otorgarles prebendas y una situación de privilegio. Les reconoció no sólo plena libertad religiosa -cuando no existían para los católicos ni en Inglaterra ni en Irlanda-, sino exorbitantes privilegios para la Iglesia -mayores que en Francia-, administración propia, mantenimiento del francés (1774).
En la revolución norteamericana, respondieron al rey Jorge, pero luego la expulsión de los yanquis leales por el gobierno republicano empujó a éstos hacia Canadá, donde colonizaron el actual Ontario. El hecho fue reconocido en 1791 con la división del país en dos: Alto (inglés) y Bajo (francés).
Tuvieron que compartir su patria, y no precisamente con amigos. Ya en 1837 comenzaron las revueltas y los levantamientos, y Papineau, al frente de los grupos de "patriotas", proclamó la república. Fueron derrotados. Las concesiones a los franceses, a la vez, indignaron a los ingleses de Montreal, y tanto fue así que ellos también decidieron alzarse en armas (1849).
Como resultado la capital pasó a Ottawa, en el límite entre ambas etnias. En 1868 y 1885 los mestizos francohablantes participaron de sendos alzamientos al mando de Riel, que fue ejecutado (2). Inmediatamente, Honoré Mercier fundó el Partido Nacional Quebequés.
Cualquier pretexto fue bueno para reacciones nacionalistas en Quebec. Ya se tratara del ingreso de Canadá en ambas guerras mundiales o de la suspensión de un jugador de hockey sobre hielo (1945). En 1960 nació la Unión para la Independencia Nacional y, luego, el Frente de Liberación de Quebec, que inició acciones terroristas.
El Partido Quebequés, partidario de la independencia (1970), ganó las elecciones con su líder René Levesque (1976) y comenzó la emigración de empresas y habitantes anglocanadienses. La cuestión de la independencia está planteada en todo momento y no es ajena a ella la latinidad. El viceprimer ministro Barnard Landry ha señalado al respecto: "Somos latinos del Norte. Un brasileño ve con frecuencia las cosas como nosotros", y planteó, a la vez, una relación más amistosa entre la América francesa y la ibérica, como contrapeso de Estados Unidos.
LATINOS DEL NORTE
La simple idea de un país latino al norte del suyo eriza a los norteamericanos, y ni hablar de esta propuesta. Muchos observadores, por otra parte, han recordado en forma apocalíptica la interdependencia económica entre Quebec y el resto de Canadá, "presumiendo que la separación política cortará estos lazos con consecuencias calamitosas para todos".
"Pero ésta es una presunción arbitraria y no hay razón para que ocurra" (Donald V. Smiley, "The Canadian Political Nationality", Methuen, Toronto, 1967, pág. 116).
En todo caso, el último referendum sobre la independencia perdió por poco más de medio por ciento (49,4%a favor, con asistencia del 94%).En realidad, ganó casi toda la provincia. Sólo en Oataonais y en Montreal oeste -llenos de ingleses, perdió en forma (menos del tres por ciento).
Se ha empezado a hablar en Ottawa de una eventual partición para evitar que aquéllos queden como minorías en Quebec, el mismo argumento que se utiliza en el Ulster y entre los serbios de Bosnia. Los separatistas esperan ganar el próximo o el siguiente o el otro, y así quedará borrada la victoria inglesa de 1759.
(1) El recuerdo de esta época está bien vivo, como lo testimonia el silencio elocuente de Hollywood sobre las innumerables victorias francesas.
(2) Lo encarnó en cine F. C. MacDonald en 1939; Akim Tamiroff personificó a otro mestizo. Para Hollywood, ¿quién más adecuado que un armenio para representar un mestizo de Francia e India?
UN GESTO NADA DIPLOMÁTICO
Difícilmente la historia de la diplomacia registre muchos antecedentes comparables a la audacia del general De Gaulle.
En visita oficial a Canadá, el presidente francés gritó desde el balcón de la Municipalidad de Quebec: "ºViva Quebec libre!" Este apoyo espectacular del líder de Francia a los nacionalistas el 24 de julio de 1967 "provocó una ola de exaltación y enfureció al mundo anglosajón".
Le Monde Diplomatique de enero de este año lo recordaba como uno de esos hitos después de los cuales nada continúa como antes, en el mismo nivel que la casi victoria separatista de 1995.
Pero si De Gaulle fue poco diplomático -y su gesto, obviamente, muy calculado- había antecedentes peores de parte inglesa, como los informes Durham de 1840-1841, para convertir completamente a los franceses, "pueblo sin historia ni cultura". Con aquel fin y esta opinión se unificó a todo el Canadá (1841-1867).
Al margen de las palabras, quedan los hechos: el dominio socioeconómico y cultural de los anglocanadienses sobre los canadienses francohablantes en Quebec ha sido absoluto hasta hace muy poco, y la paciencia de los segundos se agotó hace mucho, sean cuales fueren los pareceres y dichos de los políticos nacionales. .
Por Narciso Binayán

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