Diario "La Capital". Rosario 6 de setiembre de 2006
Reflexiones
El realismo progresista
Joseph S. Nye (*)
Los sondeos en Estados Unidos reflejan una exigua aprobación
ciudadana de la gestión del presidente George W. Bush en política
exterior, pero también un escaso consenso respecto a qué debería ocupar
su lugar. Las desenfrenadas ambiciones de los neoconservadores y los
nacionalistas autoritarios durante su primera legislatura crearon una
política exterior que parecía un coche con acelerador, pero sin frenos.
Estaba abocada a salirse de la carretera.
Pero, ¿cómo debería utilizar Estados Unidos su poder y qué papel
deberían desempeñar los valores? El Partido Demócrata podría resolver
este problema adoptando la sugerencia de Robert Wright y otros de
perseverar en el "realismo progresista". ¿Qué constituiría una política
exterior realista y progresista?
Una política exterior realista y progresista empezaría por entender la
fuerza y los límites del poder estadounidense. Estados Unidos es la
única superpotencia, pero preponderancia no es sinónimo de imperio o de
hegemonía. Estados Unidos puede influir en otras partes del mundo, pero
no controlarlas. El poder siempre depende del contexto, y el contexto de
la política mundial actual es como una partida de ajedrez
tridimensional. El tablero superior del poder militar es unipolar, pero
en el tablero intermedio de las relaciones económicas el mundo es
multipolar, y en el tablero inferior de las relaciones transnacionales
-que comprenden cuestiones como el cambio climático, las drogas, la
gripe aviar o el terrorismo- el poder está distribuido de forma caótica.
El poder militar es una pequeña parte de la solución para responder a
las nuevas amenazas que se encuentran en el tablero inferior de las
relaciones internacionales. Estas exigen cooperación entre los gobiernos
y las instituciones internacionales. Incluso en el tablero superior
(donde Estados Unidos representa casi la mitad del gasto mundial en
defensa), el Ejército tiene superioridad en las zonas globales comunes
del aire, el mar y el espacio, pero está más limitado en su capacidad
para controlar a poblaciones nacionalistas en regiones ocupadas.
Una política realista y progresista también haría hincapié en la
importancia de desarrollar una gran estrategia integrada que combine
poder militar "duro" con un atractivo poder "blando" en un solo poder
"inteligente", del tipo que ganó la guerra fría. Estados Unidos debe
utilizar el poder duro contra los terroristas, pero no puede esperar
imponerse en esta batalla a menos que se gane el corazón y la mente de
los moderados. El mal uso del poder duro (como en Abu Ghraib o Haditha)
engendra nuevos reclutas para el terrorismo.
Actualmente, Estados Unidos carece de esa estrategia integrada para
combinar poder duro y blando. Muchos instrumentos oficiales de poder
blando -diplomacia, programas de intercambio, ayuda al desarrollo,
paliación de los desastres o contactos entre ejércitos- se encuentran
repartidos por todo el gobierno, y no existe ninguna estrategia general.
Estados Unidos gasta unas 500 veces más en su Ejército que en difusión e
intercambios. ¿Es la proporción adecuada? ¿Y cómo debería relacionarse
el gobierno con los generadores no oficiales de poder blando -desde
Hollywood a Harvard, pasando por la Fundación Gates- que emanan de la
sociedad civil?
Una política realista y progresista debe fomentar la promesa de "vida,
libertad y búsqueda de la felicidad" de la tradición estadounidense. Esa
gran estrategia tendría cuatro pilares fundamentales: ofrecer seguridad
a Estados Unidos y sus aliados; mantener una sólida economía nacional e
internacional; evitar desastres medioambientales, y alentar la
democracia y los derechos humanos en el territorio nacional y, donde sea
factible, en el extranjero. Eso no implica imponer los valores
estadounidenses por la fuerza. La atracción es mejor que la coacción a
la hora de fomentar la democracia, y se necesita tiempo y paciencia.
Sería inteligente que Estados Unidos impulsara la evolución gradual de
la democracia, y de un modo que acepte la realidad de la diversidad
cultural.
Esa gran estrategia se centraría en cuatro amenazas principales.
Probablemente el mayor peligro sea la intersección de terrorismo y
material nuclear. El impedirlo requiere políticas para contraatacar el
terrorismo y fomentar la no proliferación, una mejor protección de los
materiales nucleares, la estabilidad en Medio Oriente y una mayor
atención a los Estados fallidos. El segundo gran desafío es el auge de
una hegemonía hostil a medida que Asia recupera su cuota de las tres
quintas partes de la economía mundial que se corresponden con sus tres
quintas partes de la población mundial. Esto exige una política que
integre a China como accionista global responsable, pero que proteja sus
intereses frente a una posible hostilidad manteniendo estrechas
relaciones con Japón, India y otros países de la región. La tercera gran
amenaza es una gran depresión económica, que podría verse desencadenada
por una mala gestión económica o una crisis que alterara el acceso
global a los flujos petrolíferos del golfo Pérsico, donde se encuentran
dos tercios de las reservas mundiales de petróleo. Esto requerirá unas
políticas que reduzcan progresivamente la dependencia del petróleo. La
cuarta gran amenaza son los desastres ecológicos, como las pandemias y
un cambio climático negativo. Esto requerirá unas políticas energéticas
prudentes, además de una mayor cooperación a través de instituciones
internacionales como la Organización Mundial de la Salud.
Una política realista y progresista debería centrarse en la evolución
del mundo a largo plazo y ser consciente de la responsabilidad que tiene
el país más poderoso y grande del sistema internacional de generar
bienes globales o comunes. En el siglo XIX, Reino Unido definió su
interés nacional de forma que incluyera el fomento de la libertad en los
mares, de una economía internacional abierta y de un equilibrio de
poderes estable en Europa. Esos bienes comunes ayudaron a Reino Unido,
pero también a otros países. También contribuyeron a la legitimidad y el
poder blando de Reino Unido.
Estados Unidos, que ahora ocupa el lugar de Reino Unido, debería
desempeñar un papel similar fomentando una economía y unas zonas comunes
internacionales abiertas (mares, espacio, Internet), mediando en las
disputas internacionales antes de que se agraven, y desarrollando
normativas e instituciones mundiales. Dado que la globalización
propagará las capacidades técnicas, y la tecnología de la información
permitirá una mayor participación en las comunicaciones globales, la
preponderancia estadounidense será menos dominante en este siglo. El
realismo progresista exige a Estados Unidos que se prepare para ese
futuro definiendo su interés nacional de un modo que beneficie a todo el
mundo.
(*) Fue subsecretario de Defensa y director del Organismo de Seguridad
Nacional de Estados Unidos, y en la actualidad es catedrático de la
Universidad de Harvard
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