Domingo 14 de noviembre de 2010
Perspectiva global
No cuenten con un gobierno para la economía global
Dani Rodrk, Para LA NACION
CAMBRIDGE, EE.UU.- Todos coinciden en que la economía mundial está
enferma, pero el diagnóstico depende del rincón en que nos toca vivir.
En Washington, los dedos acusadores apuntan a China, culpando a su
política monetaria de causar desequilibrios comerciales y de "destruir"
empleos. Si uno va a Seúl o a Brasilia, oirá quejas sobre las políticas
monetarias hiperexpansivas de la Reserva Federal de EE.UU., que dejan a
los mercados emergentes inundados de dinero caliente y aumentan el
fantasma de burbujas de activos. Si preguntamos en Berlín, escucharemos
un reclamo sobre la falta de probidad fiscal y reformas estructurales en
otras partes de Europa o en EE.UU.
Gracias a la globalización, la culpa es de nuestros socios comerciales.
Este punto de vista tiene cierto crédito. A medida que las economías se
entremezclan, las decisiones que se toman en una parte del mundo
resuenan en otras, con consecuencias no intencionadas.
El fuego de la crisis de hipotecas de alto riesgo de EE.UU. fue avivado no sólo por las fallas regulatorias locales, sino también por un "exceso de ahorro" global, que llevó a los bancos a una búsqueda inútil de rendimientos. La crisis estadounidense se convirtió en una debacle global debido a que se entremezclaron los balances entre jurisdicciones.
La falta de instituciones globales agravó la crisis y demoró la recuperación. Las políticas fiscales, monetarias y de tipo de cambio individuales trascienden las fronteras nacionales y amenazan con guerras de divisas y proteccionismo. De qué manera abordamos estos desafíos es el mayor interrogante económico de nuestro tiempo. Una estrategia, defendida por los tecnócratas y la mayoría de los estrategos políticos es buscar consuelo en una gobernancia global cada vez mayor. Los problemas globales, después de todo, exigen soluciones globales, lo que significa fortalecer a organizaciones internacionales como el FMI, aumentar la efectividad de los foros mundiales como el G-20 y negociar códigos y estándares internacionales más estrictos.
Otra estrategia es reconocer que la gobernancia global está destinada a seguir siendo incompleta y moderar los efectos colaterales a través de una forma más precavida de globalización económica. Esta estrategia implica arrojar algo de arena a las ruedas de la economía global para dejar más espacio para la política interna y limitar el impacto de los derrames adversos originados por las acciones de otros países. Esta opción puede parecer proteccionista, pero podría asegurar una globalización más duradera.
Muchos problemas de la economía mundial se originan en nuestra incapacidad para reconocer que los objetivos de política interna terminarán triunfando sobre las responsabilidades globales. La Ronda de Uruguay de la Organización Mundial de Comercio fue considerada ampliamente como un gran logro porque puso subsidios y muchos otros tipos de políticas industriales practicadas por los países en desarrollo bajo una estricta disciplina internacional. Pero las restricciones de la OMC llevaron a los gobiernos a perseguir objetivos similares mediante otros medios.
Esto tuvo algunas implicancias necias en el caso de China. Una vez que China se convirtió en miembro de la OMC en 2001, ya no podía recurrir a aranceles y subsidios explícitos. Empezó a promover sus industrias a través de una moneda subvaluada. El excedente de cuenta corriente de China aumentó a pasos agigantados y avivó desequilibrios macroeconómicos globales y tensiones en la relación económica con EE.UU.
A la economía mundial le habría ido mejor con menos restricciones en el uso de políticas industriales por parte de China (y otros países en desarrollo). Si el resto del mundo quiere que China acepte una mayor supervisión multilateral de su balanza comercial, tendrá que haber un quid pro quo de algún tipo.
Cuando los mercados emergentes se abrieron a la globalización financiera, llegaron a la conclusión de que los flujos de capital facilitarían su desarrollo. Pensaron que políticas macroeconómicas apropiadas y regulaciones prudenciales los ayudarían a lidiar con cualquier efecto adverso. Pero los mercados financieros resultaron ser amigos en los buenos tiempos: no se los ve por ninguna parte cuando más se los necesita.
Eso llevó a los países en desarrollo a intentos por proteger sus economías de la inconstancia de los mercados financieros. Han tenido que adoptar estrategias que exportan inestabilidad financiera a otros países. Habría sido mejor evitar todo esto siendo mucho más cautelosos a la hora de abrirse a las finanzas globales.
Una economía mundial conformada por países que persiguen sus intereses nacionales tal vez no sea hiperglobalizada, pero en términos generales será abierta. La economía global necesita reglas de tránsito donde existan derrames internacionales. Pero el equilibrio entre prerrogativas nacionales y reglas internacionales debe hacer una virtud de la realidad. .
© Project Syndicate 1995-2010 El autor es profesor de Economía Política de la Facultad Kennedy de la Universidad de Harvard
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