Sábado 12 de junio de 2004 |
Funeral de Estado en Washington: estuvieron presidentes, jefes de gobierno y ex mandatarios
Con dolor y pompa, líderes de todo el mundo despidieron a Reagan
WASHINGTON.- Con emoción, congoja y rememorando el optimismo que
desbordaba al ex mandatario, Estados Unidos despidió ayer con todos los
honores de un funeral de Estado a Ronald Reagan, cuyos restos fueron
sepultados cuando el sol caía en Simi Valley, California.
Los
protagonistas de los profundos cambios del orden mundial a fines del
siglo pasado, dignatarios mundiales, los cuatro ex mandatarios de
Estados Unidos vivos y el presidente George W. Bush participaron, junto
con otras 4000 personas, en el funeral en la catedral nacional de
Washington, luego de un día en que los restos mortales de Reagan
reposaron en el Capitolio. "Hace pocos días perdimos a Ronald Reagan, pero lo hemos extrañado durante mucho tiempo? Han pasado diez años desde que él mismo se despidió, pero aún es muy triste y duro dejarlo ir. Ahora, Ronald Reagan pertenece a los tiempos, pero preferiríamos que perteneciera a nosotros", dijo el presidente Bush en su elegía desde el púlpito de la catedral.
La llovizna que cayó desde la madrugada le puso una pincelada gris al día y acompañó la tristeza con la que centenares de norteamericanos despidieron el paso final del cuerpo de Reagan por las calles de Washington.
En procesión, la comitiva recorrió el trayecto desde el Congreso hasta la catedral, y luego desde allí hasta la base militar Andrews, donde un avión presidencial llevó el cuerpo de Reagan a California, para su descanso final. Antes de que el cortejo partiera desde el Congreso hacia la catedral, Nancy Reagan se paró frente al féretro de su esposo, acarició la bandera que lo cubría, le habló y lo besó. Fue el momento privado más emotivo de una ceremonia pública que millones de norteamericanos siguieron en directo por televisión.
Reagan murió el sábado pasado a los 93 años, después de haber padecido durante 10 años el mal de Alzheimer.
El funeral de Estado, el primero en 30 años -el último fue el del ex presidente Lyndon Johnson-, se realizó en medio de estrictas medidas de seguridad y con toda la pompa en la catedral nacional. Allí estuvieron los ex presidentes Gerald Ford, Jimmy Carter, George Bush y Bill Clinton, que se ubicaron en las dos primeras filas junto al presidente Bush y la primera dama Laura Bush. Frente a ellos estaban Nancy Reagan junto con sus hijos Patti Davis, Ron y Michael.
Asistieron los primeros ministros de Gran Bretaña, Tony Blair y de Italia, Silvio Berlusconi y el canciller alemán, Gerhard Schröder. Y ocuparon un lugar destacado en la ceremonia Mikhail Gorbachov, responsable de las reformas que aceleraron el desmembramiento de la Unión Soviética; la ex primera ministra británica, Margaret Thatcher, y el ex presidente de Polonia Lech Walesa.
Uno de los momentos más emotivos de la ceremonia religiosa fue cuando el ex presidente Bush, que fue vicepresidente de Reagan, recordó con voz entrecortada al ex mandatario y, con gran esfuerzo, pudo contener el llanto. "Aprendí más de Ronald Reagan que lo que aprendí de cualquier otra persona en mis años de vida pública", dijo. "Fue amado por las cosas en las que creía. Creía en Estados Unidos; creía en la libertad; creía en el mañana y así el gran comunicador se convirtió en el gran libertador", señaló.
Thatcher, la mayor aliada internacional de Reagan en sus años de gobierno (1981-1989), honró al ex presidente con un mensaje grabado, que fue transmitido en la ceremonia. "Hemos perdido a un gran presidente, a un gran estadounidense, a un gran hombre. Y yo he perdido un gran amigo. Buscó curar el espíritu herido de Estados Unidos, restaurar la fortaleza del mundo libre y liberar a los esclavos del comunismo", expresó Thatcher, sentada al lado de Gorbachov.
"Ganó la Guerra Fría sin disparar un solo tiro e invitó a sus enemigos a salir de sus fortalezas y transformarse en sus amigos."
El último en ofrecer su tributo fue el presidente Bush. Reagan "creía que Estados Unidos no era solamente un lugar en el mundo, sino la esperanza del mundo", y "actuó para defender la libertad en todos los lugares donde estaba amenazada", dijo. En el atardecer de la costa oeste, el cuerpo de Reagan fue sepultado en una ceremonia privada en la biblioteca que lleva su nombre, en Simi Valley. .
Diario "La Nación". Buenoss Aires, Sábado 12 de junio de 2004
Crónicas norteamericanas
El mito del cowboy en la Casa Blanca
MIAMI.- La muerte del ex presidente Ronald Reagan, hace una semana,
obligó a las dos principales revistas de noticias de los Estados Unidos
-Time y Newsweek- a reemplazar apresuradamente las tapas que tenían
preparadas por una nueva portada con el rostro de Reagan. Entre millones
de posibles imágenes, ambas publicaciones optaron por usar la misma
foto, un primer plano de Reagan donde aparece sonriendo bajo su sombrero
de cowboy.
Aunque extraordinaria, la coincidencia es tal vez menos casual de lo que
parece. Dada la admiración que los norteamericanos sienten por los
cowboys, no es extraño que los editores pensaran que la mejor forma de
recordar a Reagan era como tal.
Los cowboys que todo el mundo conoce, de Tom Mix a Roy Rogers, tienen muy poco que ver con los vaqueros reales que galopaban por las praderas de Texas a Nuevo México y cuya vida ha sido bastante más monótona y desharrapada.
El mito del Oeste ha sido una invención de Hollywood, perpetuada a través de millones de metros de celuloide que cuentan, en esencia, la misma historia: la de un norteamericano blanco, solitario e individualista que se enfrenta a las fuerzas del mal.
La moraleja común de estas películas suele ser que un hombre debe asumir su responsabilidad, no importa cuáles sean sus circunstancias. Esto es lo mismo que postulaba Ayn Rand, la sacerdotisa del capitalismo, cuyas novelas "El manantial" y "La rebelión de Atlas" contribuyeron a definir la moral norteamericana de la década del 50.
"A la hora señalada"
Tanto como la fértil mitología del Oeste, este credo del héroe solitario parece haber enraizado en la conciencia de los norteamericanos con una convicción que provoca la sorna del resto del mundo. Para los europeos y los latinoamericanos se trata de una simplificación lindante con la caricatura, pero los norteamericanos lo toman muy en serio.No es fortuito que la película más solicitada por los ocupantes de la Casa Blanca, desde Eisenhower en adelante, sea "A la hora señalada", un western realizado en 1952 por Fred Zinnemann, donde Gary Cooper interpreta a un alguacil que sale a enfrentar solo a una banda de forajidos empeñados en matarlo en el día de su casamiento, después de haber sido abandonado por el pueblo.
Eisenhower vio la película tres veces y solía dar gritos durante la proyección para alertar a Gary Cooper; Bill Clinton asegura haber visto el film por lo menos 20 veces y se lo recomendó a Bush cuando le dejó la residencia presidencial.
Bush vio la película por primera vez después del 11 de septiembre y parece haber encontrado en ella su llamado. Algún tiempo después, cuando obsequió un póster del film al primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, proclamó: "Gary Cooper peleó una batalla solitaria contra una banda, pero esta vez todo el mundo se alinea con los Estados Unidos". Bush también es un cowboy y, como Reagan, no ha hecho nunca un gran esfuerzo por distinguir entre el mito y la realidad.
Llegó a Washington con sus botas repujadas y su sombrero de ala ancha. Cuando el Consejo de Seguridad se negó a apoyar su invasión de Irak, se largó solo, pensando seguramente que Gary Cooper habría hecho lo mismo. Durante la última semana, Bush aprovechó las largas honras fúnebres a Reagan para reclamar su herencia espiritual. El manto de un presidente popular es un lujo al que nadie puede renunciar, particularmente en un año electoral.
Tanto Reagan como Bush han sido presidentes descuidados, con poco interés en los detalles y poca paciencia para las sutilezas. Tal vez ésta sea una característica de los cowboys. Pero allí se terminan las similitudes.
Reagan fue como uno de esos cowboys seductores que entraban al salón y se ganaban la confianza de los parroquianos. Tenía la capacidad de expresar ideas concisas y simples, que parecían interpretar el pensamiento general. Este fue, probablemente, su mayor mérito. Bush no sabe hacer lo mismo. Pertenece a la clase de los cowboys pendencieros, que mastican las palabras hasta volverlas incomprensibles y tratan de imponer su voluntad a los tiros. .
Por Mario Diament
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