Mito
turístico del sudeste asiático, tierra hinduista en un país musulmán,
un destino que combina playas y olas de sueño, enigmáticos templos,
arrozales que son patrimonio de la humanidad y mucho más
Al kosala kosali suelen definirlo como el feng shui balinés.
Además de sonar muy bien es un término profundo y refiere a los
principios de la arquitectura tradicional en la isla indonesa de Bali,
el orden y las características adecuadas para los distintos componentes
de un hogar.
Una tradicional vivienda balinesa es un pequeño
complejo de construcciones independientes dentro un predio común, que
incluye habitaciones, cocina, almacén y, en especial, un templo, todo
cuidadosamente dispuesto y orientado según los preceptos del kosala
kosali.
Pero no sólo las casas sino prácticamente todo en Bali
parece diseñado según sabios criterios estéticos, de acuerdo con un
equilibrio superior: los grandes templos sobre acantilados, los altares
mínimos en cualquier rincón, las terrazas de arroz y los enormes
barriletes que las sobrevuelan; un plato de comida, una coreografía, las
series armónicas de los ensambles de gamelán.
Bali es una entre
las 16 mil islas que integran Indonesia, el cuarto país más poblado en
el mundo. Pero Bali no es una más en ese montón, sino una de las pocas
islas con población mayoritariamente hinduista (mientras el resto del
archipiélago es musulmán) y con una identidad muy local, con su marcada
espiritualidad y talento para las buenas artes, de la danza a los
textiles, pasando por la escultura. Dicen que los habitantes de Bali son
más balineses que indonesios.
Además, Bali es, lejos, el
principal destino turístico de Indonesia. No por nada el aeropuerto
local, Ngurah Rai, es tan internacional como el de Jakarta y recibe
constantes vuelos directos desde Europa y Australia, por ejemplo, que se
saltean sin problemas la capital indonesia.
Desde la década del
sesenta, Bali es uno de los más fuertes polos de atracción en el sudeste
asiático. Uno de los muchos nombres junto a los que el marketing
turístico escribe la palabra paraíso y uno de los pocos que amerita
semejante exageración. Con su combinación de playas y surf,
espiritualidad y verde, hotelería premium y ritmo rural, gastronomía y
noche. En fin, kosala kosali.
Denpasar, la capital, queda en el
extremo sur. Allí viven 500 mil de los cuatro millones que pueblan la
isla, visitada cada año por el doble de turistas (la mitad,
extranjeros), en una temporada alta casi constante. Prácticamente pegada
a Denpasar está Kuta, la playa y el pueblo del que hoy nadie adivinaría
un pasado humilde y pescador. En la villa de Kuta se concentran los
grandes hoteles de la isla, acompañados por infinidad de bares y
negocios, especialmente sobre la siempre congestionada calle Legian. El
lugar indicado para salir de noche, alojarse en un hotel Hard Rock,
escuchar reggae en vivo con tragos 2x1, comprar suvenires baratos y
hasta someterse durante quince minutos a un masaje de peces, con los
pies metidos en un tanque. Pero quizá no para comer, rezar y amar, en plan búsqueda espiritual, a lo Julia Roberts en su famosa película filmada parcialmente en Bali.
La
mayoría de los extranjeros son australianos, que llegan con apenas tres
horas de vuelo (desde Perth, contra más de veinte desde la Argentina), a
veces sólo por el fin de semana. También eran australianos muchos de
los 202 muertos en el recordado atentado terrorista de 2002, cuando una
bomba destruyó el pub Paddy's, en pleno centro de Kuta. Hoy, un
memorial, con los nombres de las víctimas sobre una placa de mármol,
marca el sitio de la tragedia.
Serpientes en Tanah Lot
Basta
con moverse un poco de Denpasar y Kuta para dejar atrás el ruido y
descubrir otra Bali. Aunque el excesivo tránsito de combis y scooters
(muchas Vespas, que alguna vez se fabricaron en Indonesia) rara vez se
descomprime totalmente.
Bali es conocida como la isla de los
dioses por su acentuada religiosidad y por sus miles de templos
hinduistas. Siete de las construcciones sagradas más impactantes se
elevan en distintos puntos de la costa en el sudoeste del territorio, no
muy lejos de Kuta. Se supone que desde cada uno de ellos siempre es
posible ver el próximo, en una mística cadena de vigías marítimos.
Tanah
Lot es uno de los más visitados, por su espectacular emplazamiento y
por su cercanía con la capital (20 kilómetros). Ciertamente es un lugar
sublime. El templo en sí, del siglo XVI, se apoya sobre una formación
rocosa metida en el mar y golpeada por las olas, que le han dado forma a
través de los siglos. La cambiante marea trastoca el paisaje
constantemente, invadiendo o revelando las rocas. Según la mitología
balinesa, una gigantesca serpiente marina protege el sitio. No es
posible verla, pero sí se le puede pedir un deseo a otro ofidio, de
escala más normal, en una caverna frente al templo ante la que decenas
de peregrinos hacen fila.
Pero la espiritualidad de Bali no se
expresa sólo en construcciones monumentales. Más bien aparece en todas
partes, por los rincones menos pensados, depositada en compactas
ofrendas (pétalos de flores, incienso, arroz, alguna fruta, incluso
galletitas) que los balineses preparan con prolijidad o compran por un
dólar, listas para usar. Las dejan cada mañana en infinidad de altares,
en sus casas, en negocios, en mercados, en la calle. También en los
pasillos de los hoteles.
En cualquier rotonda vial hay un dios,
aunque poco puedan hacer Ganesh o Brahma para mejorar el tránsito. Y en
Bali hay muchas rotondas y también kilómetros de talleres de esculturas
especializados en deidades (¡hasta moáis de la isla de Pascua!), uno al
lado del otro. Bali es un gran exportador de estas artesanías en piedra y
madera, que marchan a ritmo industrial. Y es un gran productor también
de muebles y puertas de teca y caoba con pinta de antiguos..., pero que
acaban de salir de fábrica y que en cuestión de semanas se venden en
locales de decoración en todo el mundo (Buenos Aires, por caso).
Temporada de surf
Al
dejar atrás Kuta se ven más y más talleres especializados en altares de
piedra a cada lado del camino. Pronto, la ruta es más angosta y
zigzagueante. El paisaje cambia, se pinta de un verde intenso y aparecen
las terrazas de arroz, alimento fundamental en la dieta (y la economía)
balinesa. Extensas plantaciones escalonadas con un sistema de riego de
centenaria efectividad y custodiadas por más templos y altares, ahora
dedicados a Dewi Sri, diosa del arroz. Los cultivos más famosos son los
de Jatiluwih, con sus espectaculares vistas, declaradas Patrimonio
Cultural por la Unesco. Caminar entre estos arrozales y canales es una
de las experiencias imperdibles en la isla.
Muchos australianos y
algunos argentinos no aterrizan en Bali por sus dioses ni por el arroz,
sino por el surf. Las olas allí son tan legendarias como Tanah Lot y
Jatiluwih. "Mi playa favorita para surfear y dormir es Balangan, en la
península de Bukit -dice Daniel Margaride, surfer e instructor de
snowboard-. Olas perfectas y una playa hermosa, tranquila y rodeada de
naturaleza y gente relajada. La gran mayoría va a esa zona para surfear o
hacer retiros de yoga. El pasaje en avión es caro, el viaje es largo,
pero allá el alojamiento y la comida son muy baratos."
A menos de
media hora del aeropuerto, Balangan es el sueño de cualquier surfista.
Los principiantes, sin embargo, suelen quedarse en la extensa playa de
Kuta, que concentra un buen número de escuelas de surf y lugares donde
alquilar tabla (entre 7 y 10 dólares por día). Canggu, Medewi, Nusa Dua y
Serangan son otros points destacados, casi siempre en la costa del
sudoeste y con fuerte acento australiano.
Ubud, la villa cultural
Otra
referencia importante es Ubud, algo así como la capital cultural de
Bali, hacia el centro de la isla. Entre casas que parecen templos y
calles que son pasillos, allí no hay surf ni hoteles Hard Rock, pero
abundan los talleres de artesanos, los museos (Blanco Renaissance, Puri
Lukisan, Neka Art) y también los hoteles boutique, las cabañas en
alquiler y los restaurantes apartados y muy recomendables. Como Warung
Janggarulam, que además de excelente comida balinesa en generosas
porciones tiene el atractivo de estar rodeado por cincuenta acres de
arrozales.
Centro de las artes por más de un siglo, en Ubud es
posible, además, tomar clases exprés de la delicada danza balinesa.
También de gamelán, el ensamble de percusión indonesio, integrado por
instrumentos de la familia de los metalofones, además de tambores, todos
cooperando en la construcción de patrones repetitivos e hipnóticos.
Aunque su origen está en la isla de Java, el gamelán encuentra buenos
exponentes y maestros en Bali.
En Ubud, también, se confeccionan
algunos de los más espectaculares modelos que compiten cada julio en el
Festival de Cometas de Bali, en la playa de Sanur. Los barriletes son
otra de las tradiciones balinesas. Con forma de pez o de ave, rojos,
blancos y negros, se los ve especialmente sobre los campos de arroz y
pueden medir hasta 10 metros y arrastrar colas de hasta cien. En las
competencias son operados por equipos de hasta diez barrileteros, expertos en el arte de elevar lo más posible un mensaje para los dioses de esta isla: el pedido de una buena cosecha.
Kecak, danza, coro y trance
Otra
experiencia balinesa es el kecak, un espectáculo que combina danza,
música y la dramatización del libro épico Ramayana, con dosis de drama y
humor. La música, en realidad, es más bien un coro de decenas de
hombres repitiendo rítmica e intensamente el chasquido que da nombre a
la performance alrededor del fuego. Se puede ver kecak en Uluwatu, un
anfiteatro al borde de un impresionante acantilado. La acción y la
sensación de trance avanzan a medida que el sol desciende sobre el mar y
el cielo cambia de colores a un lado del teatro, en un show paralelo..
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