LA
DOCTRINA CLINTON
A.
M. Rosenthal
Diario “La Nación”,
Buenos Aires, 13 de octubre de 1992, pág. 9. Trad. Luis Hugo Pressenda.
Nueva York (The New York Times).- La
campaña electoral norteamericana, durante tanto tiempo un desierto de tedio y
cinismo, finalmente produjo lo que la nación ha estado necesitando durante
muchos años de aridez, es decir, una lúcida y calurosa declaración de
principios adulta acerca de los que los Estados Unidos pueden dar al mundo y
los que pueden ganar a cambio.
De
los cientos de discursos oídos en la campaña, es probable que le más recordado
sea el que pronunció el gobernador Clinton en la ciudad de Milwaukee hace unos
días. Fue dirigido al pueblo norteamericano, pero será observado atentamente en
el resto del mundo.
En
caso de que Clinton gane las elecciones, ese discurso será recordado una vez y
otra durante su presidencia para ver si, bajo presión, Clinton se mantiene fuerte y demuestra ser fiel a la
filosofía que lo guió ese día.
Si
Clinton pierde, al menos entonces ese discurso y su doctrina serán recordados
como un ejemplo de lo que puedo haber sido una conducción política demócrata.
Realismo democrático
Clinton
habló de la importancia crucial que tiene para los Estados Unidos el hecho de
desarrollar una política de realismo
democrático tanto en el planto interno como en el externo. No lo dijo con estas
palabras, pero de esta manera eran resumidas las convicciones de aquellos que,
como Clinton, comprenden la fuerza moral, política y económica de la libertad
política.
El
realismo democrático es una de las dos filosofías internacionalistas que
rivalizan entre sí en Occidente. La otra es la realpolitik, que sostiene que
todo lo que verdaderamente cuenta en el mundo es el poder tangible y la
capacidad de maniobrar en él.
Los
partidarios de la realpolitik creen que la democracia podría ser lo
suficientemente agradable cuando uno la tiene, pero hacer que los intereses
democráticos formen parte de las decisiones internacionales fluctúa desde la
inconexión hasta el sentimentalismo peligroso. La diferencia ente la
realpolitik y el realismo democrático puede ser la diferencia entre la guerra y
la paz.
Bases
Clinton
ha expresado a viva voz las creencias fundamentales del realismo político y de
su valor para los norteamericanos.
“Las
democracias no van a la guerra unas contra otras. No promueven el terrorismo
internacional. No amenazan con aniquilar a otras naciones con armas ni con con
una destrucción en masa. La democracia en el extranjero ayuda a proteger los
intereses económicos y la seguridad en el propio país. Y contribuye -no como
las dictaduras- con la existencia de aliados diplomáticos y defensores del
medio ambiente”.
De
manera que –señaló Clinton- para los Estados Unidos la opción no es una u otra,
como nos dicen muchos políticos. Atender nuestra economía y respaldar la
democracia en el extranjero deben ir a la par puesto que el colapso de una
podría echar por tierra a la otra.
Alguna
vez eso era obvio para los norteamericanos. Durante el último medio siglo, cada
presidente se las arregló para afrontar la economía interna y la política
externa sin quejarse de que sólo podía atender a una por vez.
De una cosa a la otra
Pero
Bush no dice que, después de haber logrado un resonante triunfo en el
extranjero, ahora puede por fin dedicarse a resolver las cuestiones económicas.
La promesa de Bush puede ser desconcertante. Pero al menos está empezando a
asumir algo de responsabilidad. Es un buen paso hacia la firmeza de carácter.
Sin
embargo, como advirtió Clinton, los antecedentes de Bush en materia de política
exterior no son conmovedores. Una vez y otra, Bush actuó domo si pensara que
los intereses de los demócratas contra las dictaduras constituían un estorbo.
Cuando
la Unión Soviética
respiraba con dificultad, Bush hizo mucho para ayudar a Gorbachov a revivirla.
Clinton citó ese y otros triunfos del
tándem Bush-Baker.
Promesas
incumplidas a los kurdos, desaire a la independencia báltica. Bosnia. Veto de
cualquier proyecto del Congreso para obligar a China a pagar el precio de sus
campos de trabajo esclavo.
En
el Medio Oriente, el dúo Bush-Baker cometió dos de los más burdas idioteces de
la historia norteamericana.
La
primera, armar al presidente Saddam Hussein, de Irak, para tener que combatirlo
y derrotarlo. La segunda, permitir que se quede en el poder.
Ambos
errores atentaron contra los intereses democráticos y por lo tanto también
contra los intereses norteamericanos.
Promover
las conversaciones de paz entre árabes e israelíes podría convertirse en un
verdadero triunfo para Bush-Baker. Sin embargo Clinton dijo algo interesante al
respecto: “Este gobierno piensa que el conflicto árabe-israelí es más una lucha
entre dos religiones o naciones que una lucha en la que está en juego la
supervivencia de un aliado democrático”.
De
modo que, ¿no podríamos aplazar por un momento las celebraciones relacionadas
con esa negociación? Por las dudas de que tengamos la oportunidad de ver qué
hará Bush en Israel y sus vecinos en caso de que vuelva a ganar las elecciones.
“La
democracia siempre fue el “impulso perfectible” de los Estados Unidos y ya no cierra
el cálculo necio de la política del poder puro”, afirmó Clinton.
Esto
es, básicamente, realismo democrático, y de eso se trata, esencialmente, cuando
hablamos de valores de una nación.
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