Traducir

martes, 23 de junio de 2015

CIENCIA POLÍTICA 2010 “Hoy los intelectuales se ocupan más de la sensibilidad que del Estado”FRANÇOIS DOSSE

Diario "Clarín". Buenos Aires, 18 de julio de 2010

“Hoy los intelectuales se ocupan más de la sensibilidad que del Estado”

FRANÇOIS DOSSE HISTORIADOR Y EPISTEMOLOGOLa intervención en la esfera pública ha tentado siempre a los que buscan influir con su pensamiento. Modelos, temas y relación con el poder han variado radicalmente junto con las sociedades.

  • Claudio Martyniuk

Lejos de la autonomía teórica, la voz del intelectual ha perseguido la transformación de la visión del mundo y de la conciencia de las personas. Han actuado como faros y profetas en buena parte del siglo pasado, pero el rol de los intelectuales ha cambiado en las últimas décadas. François Dosse es un investigador francés de prestigio de esta historia y su análisis permite seguir las metamorfosis y derivas de intervenciones que han celebrado el saber poniéndolo en la arena pública.
El caso Dreyfus -por el capitán acusado de espionaje a fines del siglo XIX en una Francia en la que crecía el antisemitismo- presenta al escritor comprometido -Émile Zola-, orientando a la opinión pública. ¿Cuáles fueron los rasgos de ese modelo de intelectual? Hace bien en partir del caso Dreyfus que brinda la matriz de cierto tipo de posicionamiento del intelectual que se puede hacer remontar más lejos todavía. Pienso en Voltaire, en el siglo XVIII, pero es verdad que con la prensa el caso Dreyfus tomó amplitud en toda la sociedad, dividiéndola entre los que estaban a favor de Dreyfus y los que estaban en contra. El escritor, el intelectual, encarnaba la defensa de la justicia y la verdad frente a la razón de Estado. Eso dio lugar a la definición misma de lo que es un intelectual. Y en un primer momento fue una definición negativa, puesto que fueron los anti-Dreyfus los que estigmatizaron a los intelectuales como gente que creaba desorden, que era antinacional; para ellos, el intelectual era un insulto. A partir de esto, Zola y los que tomaron partido por Dreyfus reivindicaron un poder nuevo, un nuevo magisterio que consiste en la defensa de los valores universales. Así se funda el oponerse a la razón particular del Estado por un universal que es la defensa de la justicia y la verdad. Así, la figura del intelectual se levanta contra el Estado.
¿Qué cambios trajo el compromiso político de Jean-Paul Sartre? Sartre, en la Liberación y después de la Segunda Guerra Mundial -después de un período de colaboración, un período sombrío para la historia francesa-, encarnó la figura del intelectual. Mientras defendía valores universales, fue a la vez un filósofo, un escritor, un hombre de teatro, o sea alguien que gravitó en todos los sectores de la creación cultural. El profundiza el modelo del intelectual comprometido que sale de su área de competencia para entrar en la escena política, en los debates democráticos, para hacer valer más verdad, más universalidades en sus planteos. Sartre encarna un modelo de compromiso, de defensa de la causa del pueblo.
¿Qué dejó, en materia de intervención de intelectuales, la revuelta estudiantil de mayo de 1968? Antes y en el 68 tenemos en el universo francés una serie de grandes figuras intelectuales que encarnaron esa intervención en el ámbito público. Pienso en Foucault, Althusser, Lacan, en todos los maestros del estructuralismo. El 68 da una legitimidad a esos grandes pensadores, incluido Sartre, que vuelve a la escena pública. Pero en el post-68 aparecieron exigencias nuevas, y esa figura del intelectual comprometido capaz de hablar de todo, desde un lugar elevado, entró en crisis. La crisis provocada por el 68 llevó a una democratización de la palabra, a una pluralización de la toma de la palabra, y esto creó también la necesidad de hablar en nombre de una idoneidad, desde una competencia. Es visible esto en la forma en que Michel Foucault define lo que llama el intelectual específico, alguien que interviene en el campo intelectual pero a partir de su área de competencia. Sale de su área de competencia para hacer un caso público y político, pero parte de investigaciones. Es así como Foucault no sólo teorizó sino que se comprometió desde el GIP (Grupo de información sobre prisiones). Impulsó ese grupo con su libro Vigilar y castigar , en 1975, uniendo su trabajo de filósofo que investiga instituciones estatales a una acción casi militante que entraba en la escena política.
Pero esta intervención no opacó la crisis del rol del intelectual.
Las intervenciones intelectuales aparecieron separadas de muchas realidades; eran una especie de teoría crítica cortada cada vez más de lo real. Y a fines de los años ‘70, comienzos de los ‘80, esa figura del intelectual que daba un discurso ultracrítico desde un lugar elevado y que intervenía en todos los ámbitos entró en crisis. Se lo consideró portador de irresponsabilidades y emergió otra figura del intelectual: el intelectual democrático, abierto al debate y la confrontación y que siente la necesidad de tomar en cuenta más seriamente a la ciencia.
Ese nuevo modelo de intelectual, que también es una consecuencia de la caída del Muro de Berlín, parece mucho más modesto.
Tiene razón. Esa emergencia de un intelectual que efectivamente es más modesto está ligada a la muerte, el duelo, de lo que yo llamaría la teleología histórica, o sea la muerte de la idea de que la historia tendría un sentido preestablecido, una especie de flecha del tiempo por la cual iríamos hacia un futuro determinado. Esta crisis llevó a los intelectuales a interrogarse más sobre fenómenos de singularidad y situaciones nuevas y complejas y, por ende, a no interrogarse a partir de una generalidad, sin renunciar por ello a la universalidad. Como decía el filósofo Paul Ricoeur: “El juego ya no se da entre el blanco y el negro sino entre el gris y el gris”. Y se advierten matices fuertes que hay que tener en cuenta en los planteos, en los debates de sociedad.
Auschwitz, los genocidios, han marcado a fuego a los intelectuales contemporáneos, ¿no le parece? Hay, en efecto, en lo que usted dice algo que es característico de un nuevo régimen de historicidad, porque el optimismo de la Ilustración del siglo XVIII y de cierto marxismo revolucionario en el siglo XX, ese optimismo en la filosofía de la historia y la idea de que vamos hacia un mundo mejor en forma constante, se quebró en forma radical.
¿Las obras de Foucault y de Gilles Deleuze nos desplazan de la política a la estética, o de una política central a otra microfísica? ¿Qué diferencia se da respecto de modelos anteriores de intelectuales? En ellos, y en otros muchos referentes actuales, hay un pasaje del interés por discutir el Estado a la preocupación por la sensibilidad de la sociedad. Hoy los intelectuales se ocupan más de la sensibilidad que del Estado. Existen pensamientos filosóficos que toman en cuenta la literatura y que se inspiran mucho en la ficción, incluso para crear conceptos. Y agregaría a la estética, la ética. En el texto de presentación que hace Michel Foucault de la edición estadounidense del Anti-Edipo de Deleuze y Guattari, Foucault dice que es el primer libro ético en mucho tiempo y llega a decir incluso que el siglo XXI será deleuziano y en eso hay una búsqueda de autenticidad. Hoy, hay una actualidad de Deleuze, una actualidad de Foucault: la de pensar el mundo tal como está transformándose. Sobre Auschwitz, Deleuze habló de la vergüenza de ser un hombre después de lo que pasó. Y reconsideró completamente la metafísica occidental tradicional para tratar de construir una nueva metafísica a partir de otra relación con la naturaleza y la cultura. Y también en esto hay que incluir la forma en que consideró el cine a partir de la ruptura que implicó la Segunda Guerra Mundial, el momento del totalitarismo. O sea que hay desplazamientos que provocan la necesidad de pensar de manera diferente, como diría Deleuze. Pensar diferente es crear nuevos conceptos, operativos, no solamente especulativos. Cuando digo operativos pienso en la transformación de las relaciones humanas, cumpliendo con la función de la filosofía y las ciencias humanas, que es contribuir a vivir más plenamente.
¿Qué pasa con el pensamiento en medio del dominio de la imagen y del espectáculo? ¿Qué riesgos corre el intelectual expuesto en la televisión e Internet, ya no sólo en los diarios como a comienzos del siglo XX? Los medios originan una responsabilidad muy grande en los intelectuales, que no deben ni rechazarlos ni pegarse a ellos. El auténtico intelectual, el intelectual democrático, debe utilizar su saber, su idoneidad, su reflexión para esclarecer acerca de los planteos de la sociedad. Y por lo tanto debe aceptar la publicidad, participar de la vida pública. Si la vida pública está en la web, en la televisión, en la prensa, debe estar presente pero con distancia, con la distancia reflexiva del aporte que puede hacer al espesor de cada cuestión que se debate. Debe interpretar su papel estando presente, pero con cierta distancia respecto de los medios. Algunos de los lugares que me parecen privilegiados de la intervención de los intelectuales en la sociedad moderna y mediática son las revistas y los suplementos de diarios, adecuados para darles tiempo a la reflexión y la confrontación de interpretaciones y puntos de vista distintos.
¿Los científicos y la cultura ingenieril acaso está sustituyendo a los intelectuales? Foucault decía que el primer gran intelectual moderno fue el físico Robert Oppenheimer, que perteneció a una élite científica y advirtió sobre los riesgos que trae la bomba atómica, sobre el uso que hacemos de nuestros descubrimientos. Ese intelectual habla en nombre de la competencia científica. El saber técnico-científico es necesario cuando se quiere intervenir intelectualmente, y en esto las humanidades tienen el trabajo de advertir sobre los riesgos para el desarrollo sustentable, lo cual requiere tener una concepción de la sociedad. El intelectual debe volver inteligible y traducible un saber que es en general extremadamente difícil. El intelectual es un mediador absolutamente esencial para esclarecer los planteos técnicos actuales.
Copyright Clarín, 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario