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sábado, 14 de febrero de 2015

CUBA . EE.U.U. CUANDO FIDEL LE PIDIÓ PLATA A ESTADOS UNIDOS.

Diario "Clarín". Buenos Aires, 23 de agosto de 1998
LAS VUELTAS DE LA HISTORIA  
Cuando Fidel le pidió plata a Estados Unidos

Ocurrió el 6 de noviembre de 1940. Fidel tenía 12 años y le escribió al presidente Roosevelt. Le pidió un billete de diez dólares. La carta -nunca publicada en la Argentina- revela la personalidad de Fidel.



ALBERTO AMATO Y VICTORIA TATTI
La carta tiene toda la ternura y la ilusión que puede haber en un chico de doce años. Pero deja entrever el espíritu de decisión, la audacia casi desmedida, la ambición sin horizontes y el ansia de gloria que suelen animar a los grandes líderes. El chico tiene doce años, pero sueña sueños que no sueñan los chicos de doce años.El destinatario de la carta fue el entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. Fue enviada a la Casa Blanca el 6 de noviembre de 1940, dos días después de que Roosevelt fue reelecto presidente por tercera vez; lo sería una cuarta, en 1944, mandato que asumió en enero de 1945 y sólo duraría tres meses, hasta su muerte en abril de ese año.Las tres pequeñas carillas están escritas en inglés. La traducción, en la que se respetan los errores (Roosvelt, en lugar de Roosevelt), dice:Santiago de Cuba. Nov 6 1940. Mr. Franklin Roosvelt, Presidente de Estados Unidos. Mi buen amigo Roosvelt: No sé mucho inglés, pero sé lo suficiente como para escribirle. Me gusta escuchar la radio, y estoy muy feliz porque escuché que usted será presidente por un nuevo (período). (En español en el original.) Tengo doce años. Soy un chico pero pienso mucho, y no puedo pensar que le estoy escribiendo al presidente de los Estados Unidos.Si usted gusta, envíeme un billete verde de diez dólares americanos en la carta, porque jamás ví un billete verde de diez dólares americanos y me gustará tener uno de ellos.Mi dirección es: Sr. Fidel Castro - Colegio de Dolores - Santiago de Cuba - Oriente - Cuba.Yo no sé mucho inglés pero sé mucho español y supongo que usted no sabe mucho español pero que sabe mucho inglés porque usted es americano pero yo no soy americano.Muchas gracias. Adiós. Su amigo, Fidel Castro.Si usted quiere hierro para hacer sus barcos (en el original figura la palabra sheaps, a la que se le tacharon dos letras y luego la palabra correcta ships) yo le mostraré las más grandes (minas) (en español en el original) de la tierra. Están en Mayarí, Oriente, Cuba..Si se repasa la carta, probablemente un ejercicio de inglés en el colegio católico en el que estudió el hoy presidente cubano, llaman la atención algunos rasgos del carácter de Castro que probablemente anticiparon una personalidad fuera de lo común. Mi buen amigo Roosvelt llama al presidente, como si fuese Winston Churchill quien firmara la carta. Por cierto, se despide fiel a ese estilo Su amigo, Fidel Castro, no faltaría más.Tengo doce años pero pienso mucho, le aclara, no ocurra que Roosevelt piense que esa correspondencia es una cuestión menor. Yo no sé mucho inglés, pero sé mucho español. Y supongo que usted no sabe mucho español pero sí sabe ingles. Usted es americano y yo no soy americano, le dice en lo que parece, además de un desfachatado desafío, un intento de hablar cara a cara, de igual a igual. Por último, está la sorprendente alusión a las minas de hierro cubanas si usted necesita hierro para hacer sus barcos. El mundo estaba en guerra, los Estados Unidos corrían contra reloj para prepararse a entrar de lleno en la Segunda Guerra y acabar con la barbarie nazi. Y aquel chico de doce años lo sabía. De hecho, exactamente un año y un día después de enviada esa carta, Japón atacó Pearl Harbor y los Estados Unidos entraron en guerra. La voz indignada de Roosevelt lo denunció al mundo: El de ayer será recordado por la historia como el día de la infamia, dijo. Tal vez el joven Fidel Castro lo haya escuchado por radio.No hay constancia de que la carta de Fidel haya sido contestada. El presidente debía estar muy ocupado. En 1932 había recibido un país inerme, agobiado por la crisis provocada por la Gran Depresión, con millones de hambrientos que habían sido educados en la creencia de que quien trabaja duro tiene su recompensa. En 1932 el ejército estadounidense estaba en el puesto diecisiete en el mundo, detrás del checoslovaco. El antecesor de Roosevelt, Herbert Hoover, asombró a todo Washington al convertirse en el primer presidente de los Estados Unidos en tener un teléfono sobre su escritorio. Ocho años después, Roosevelt había transformado el país: había creado una nueva estrategia y una nueva manera de hacer política, había superado la crisis económica, había iniciado lo que se conoció como la era del bienestar y lo había convertido en una potencia militar. Gobernó parte de esos ocho años con la Corte Suprema en contra, sin decretos de necesidad y urgencia, con respeto absoluto (aunque a regañadientes) por las leyes dictadas por el Congreso, y jamás, en sus doce años de gobierno, ni él ni sus funcionarios más cercanos fueron formalmente acusados de algún acto de corrupción.Tal vez haya sido ese esfuerzo casi portentoso de un hombre que había sido abatido por la parálisis lo que llamó la atención de Fidel Castro, el chico que pensaba mucho, y lo impulsó a escribirle.Aquel mundo que, entre los años 30 y los 40, dio varias vueltas de carnero había dado otra más veinte años después, cuando Fidel Castro, ya líder de un triunfante movimiento guerrillero, declaró a Cuba la primera república socialista de América y Estados Unidos iniciaba un largo bloqueo que, luego de treinta años, dejó a la pequeña isla desnuda de todo, menos de su orgullo. Pero ése es otro cuento.Lo increíble de este fantástico retazo de historia es que la carta de aquel chico fue recibida en la Casa Blanca; diecinueve días después de enviada desde Santiago de Cuba, fue archivada por la Division of the American Republics del Departamento de Estado y allí durmió un largo sueño hasta que alguien la descubrió y la devolvió a la luz. Está en Internet, en la página oficial de los National Archives and Records Administration-NARA. La puede leer el mundo entero. Y hasta conservarla en un disquete. En la Argentina nunca fue publicada. Es un símbolo de lo que un país puede hacer con su historia si cree de verdad en la frase que custodia un melancólico león de piedra a la entrada de los Archivos Nacionales de Washington: Porque la historia es el futuro.Por cierto, nadie olvida los diez dólares que Fidel le pidió a Roosevelt: fue la única vez en la historia en la que Fidel Castro pidió un préstamo a los Estados Unidos. Desde luego, no se lo concedieron.






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