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miércoles, 1 de octubre de 2014

EE.UU. BUSH, GEORGE W. ENCUENTRO CON BONO. 2006.




Un estadista multimediático

Por  | LA NACION
Como celebridad, se comporta como un verdadero estadista, y como estadista es una verdadera celebridad. Quién otro que Bono, el líder de U2, una amalgama perfecta de la modernidad más pura y políticamente correcta: prolijo, cool, multimediático, asexuado, ecuménico y bastonero de una música confortable, que apela continuamente, con sus imágenes, representaciones teatrales y sonidos, a la paz y a la coexistencia racial y religiosa.
Con muy pocos días de diferencia marcó, quedó claro, un fortísimo contraste, en el mismo escenario de River, con los "endemoniados" Stones. Se fue la electricidad rolinga y llegó el remanso U2. Lo espeso se volvió light y, para decirlo en remanida jerga periodística, "no hubo que lamentar víctimas". Todo se desenvolvió con normalidad, sin disturbios ni desmanes. Hasta el clima acompañó y sólo el cielo se descargó cuando el segundo y último recital de U2 había pasado (gentileza que no conocieron en su despedida los Stones).
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Sin embargo, y en tren de seguir cayendo en lugares comunes, las apariencias engañan porque tras la agradable y amistosa carcasa U2 -y, en particular, Bono, con su colección imparable de macdonalizadas apelaciones/slogans de buena voluntad e inevitable tufillo marketinero- y la ríspida rebeldía stone -que incomoda a establishments de todo tipo, pero que mantiene a los integrantes de la banda en formol y a su legión de seguidores fanatizados detrás de ellos-, en lo profundo, Mick Jagger resulta mucho más conservador que Bono.
Mientras que el cantante stone no parece hacer mucho para utilizar su celebridad para alimentar otra cosa que no sea su merecida leyenda, la voz de U2, en cambio, utiliza el combustible de su fama para mover internacionalmente algunos temas acuciantes, como la condonación de la deuda externa a los países pobres, la batalla contra el sida, el hambre en Africa y el respeto por los derechos humanos.
Lo suyo no termina sólo en altisonancias mediáticas -frases ingeniosas, estrictamente pensadas y pronunciadas para repercutir en la prensa y en los noticieros, pero que cual fuego artificial se esfuman sin dejar rastros- sino que, por el contrario, se toma el trabajo de estudiar más a fondo esos problemas. Además, se ha asesorado técnicamente y, respaldado en esos conocimientos, desde hace tiempo llega hasta los interlocutores más autorizados en cuyas manos específicas está la posibilidad concreta de empezar a darles solución.
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He allí la verdadera naturaleza revolucionaria de Bono: fuera de sus agotadoras giras, su vida no parece desenvolverse dentro de una limusina, un crucero o fiestas privadas con modelos pegajosas -se casó hace 23 años con su novia de la adolescencia y con ella tuvo cuatro hijos-, ni malgasta todo el combustible de su fama en autocelebrarse narcisísticamente en las revistas y en la TV. En cambio, prefiere redireccionar continuamente esa atención para lograr que las miradas se tuerzan hacia las oprobiosas heridas abiertas de la humanidad que muy pocos se preocupan en restañar.
Mientras se ahonda la brecha entre pobres más pobres y ricos cada vez más ricos, Bono no rompe lanzas contra éstos -entre otras cosas porque, sin duda, no reniega de ser uno de ellos-, y encima los entusiasma con sus canciones y les habla amablemente. Pero no se conforma con eso: también trabaja para ganarse la confianza de quienes deciden. Apelando a sus armas de seducción de megaestrella pop, se introduce en sus despachos para hablarles y escucharlos de igual a igual.
Hasta los dirigentes mundiales menos flexibles -por poner un ejemplo extremo: George Bush- encuentran en Bono un valioso e inesperado camino de ida y vuelta.
El cantante de la banda irlandesa -hijo de madre protestante y padre católico, en un país que fue devastado por el enfrentamiento entre ambas facciones cristianas- lleva y trae desde el ágora pública a las silentes oficinas de los líderes planetarios las inquietudes que se mueven caóticamente en la masividad en busca de salidas técnicas, posibles y consensuadas. Y, por cierto, ese trabajo arduo y de hormiga va logrando planes y condonaciones de gobiernos y organismos internacionales que ninguna bravata ni desplante de político demagógico consiguió.
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La otra contribución importante de Bono tiene efectos educativos masivos ya que tanto en sus multitudinarios shows como en sus reportajes y movimientos públicos prueba que el espectáculo puede ser un gran vehículo de cambio social, político y cultural si es que quienes gozan de popularidad, están dispuestos a alejarse de los escandaletes y frivolidades amarillos y prostibularios para plantear temas de mayor trascendencia.
Ya hace unos años señalaba esta nefasta tendencia -que hoy parece contaminar cada vez más el corazón de los medios-, el gran ensayista italiano Furio Colombo en "Ultimas noticias sobre el periodismo" (Anagrama, Barcelona, 1997): "La comunicación visual de masas está creando una relación nueva con la realidad... Nace así una Disneylandia de las noticias en la que el ritmo, vivacidad, sentido del suspense, golpe de efecto, acento dramático, conmoción e indignación, y cambio continuo de los personajes pertenecen cada vez más al mundo del espectáculo... Como cualquier otra forma de entertainment, el periodismo se convierte en un mundo paralelo al real y diferente de él".
Aquí Bono también marca un camino, digno de ser imitado por quienes, como él, gozan de la atención pública y no quieren desperdiciarla. .
 
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ADN, Diario "La Nación". Buenos Aires, 25 de abri de 2009.

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