Diario "Clarín". Buenos Aires, 12 de octubre de 2014.
En Hong Kong, hay distintas maneras de amar a China
Tendencias- Ian Buruma Profesor De Democracia, Derechos Humanos Y Periodismo En El Bard College (EE.UU.) Autor De “Año Cero. Historia De 1945”
Decenas de miles de personas han estado
“ocupando” las calles, llenas de gases lacrimógenos, del distrito
Central de Hong Kong para luchar por sus derechos democráticos. El
Gobierno de China ha prometido a los ciudadanos de Hong Kong que podrán
elegir libremente a su Jefe Ejecutivo en 2017, pero, como los candidatos
van a ser examinados cuidadosamente por un comité cuyos miembros no
serán elegidos democráticamente, sino nombrados por ser pro-chinos, los
ciudadanos no tendrían posibilidad alguna de elegir de verdad.
Sólo personas que “amen a China” –es decir, al Partido Comunista Chino (PCC)– deben presentarse. Podemos entender por qué los dirigentes de China han de estar desconcertados por esa muestra de desafío en Hong Kong. Al fin y al cabo, cuando Hong Kong era aún una colonia de la Corona, los británicos se limitaban a nombrar a los gobernadores y nadie protestaba.
De hecho, el acuerdo que los súbditos coloniales de Hong Kong parecieron aceptar –el de dejar la política de lado a cambio de la oportunidad de perseguir la prosperidad material en un ambiente seguro y ordenado– no es tan diferente del aceptado por las clases instruidas de la China actual. La opinión común entre los funcionarios coloniales, los hombres de negocios y los diplomáticos británicos era la de que, todos modos, los chinos no estaban interesados de verdad en la política; lo único que les interesaba era el dinero.
Cualquiera que conozca mínimamente la historia de China sabe que esa opinión era palmariamente falsa, pero durante mucho tiempo pareció ser cierta en Hong Kong. Para la mayoría de sus ciudadanos, las perspectiva de ser entregados por una potencia colonial a otra nunca fue enteramente satisfactoria, pero lo que de verdad estimuló la política en Hong Kong fue la brutal represión en la Plaza Tiananmen de Beijing y en otras ciudades chinas en 1989. En Hong Kong hubo manifestaciones multitudinarias para protestar por la matanza y todos los años en el mes de junio se celebran conmemoraciones en masa de aquel suceso, lo que mantiene vivo el recuerdo, reprimido y mortecino en el resto de China.
No fue una simple rabia humanitaria lo que galvanizó a tantas personas para movilizarse en 1989. Entonces comprendieron que bajo el futuro gobierno de China sólo una democracia autentica podía salvaguardar las instituciones que protegían las libertades. Sin voz y voto válidos respecto de la forma en que debían ser gobernados, los ciudadanos de Hong Kong estarían a merced de los dirigentes de China. Los gobernantes comunistas consideran a las exigencias democráticas de los hongkoneses un intento desacertado de imitar la política occidental o incluso una forma de nostalgia del imperialismo británico.
En cualquiera de los dos casos, el programa de los manifestantes está considerado “antichino”.
Cuando Hong Kong fue devuelto oficialmente a China hace 17 años, algunos optimistas pensaron que las mayores libertades de la ex colonia contribuirían a reformr al resto de China. El ejemplo de una burocracia limpia y jueces independientes fortalecería el imperio de la ley en todo el país. Otros, por la misma razón, lo consideraban un peligroso caballo de Troya que podía socavar gravemente el orden comunista.
Hasta ahora no hay pruebas de que los manifestantes en el distrito Central de Hong Kong tengan ambición alguna de socavar –y menos aún derribar– el Gobierno de Beijing. B astante tienen con levantarse para defender sus propios derechos en Hong Kong y las posibilidades de que lo logren parecen escasas. El presidente chino Xi Jinping está deseoso de mostrar su fortaleza. La avenencia indicaría debilidad. Su objetivo parece ser el de hacer que Hong Kong sea más parecido al resto de China, en lugar de lo contrario. Y, sin embargo, existen toda clase de razones para pensar que China se beneficiaría en gran medida del rumbo contrario.
Menos corrupción oficial, más confianza en la ley y una mayor libertad de pensamiento harían de China una sociedad más estable, más creativa e incluso más próspera. A corto plazo, es probable que no llegue a ser así, pero seguramente en las calles de Hong Kong se encuentran más personas que de verdad “aman a China” que en los cerrados complejos gubernamentales de Beijing.
Copyright Project Syndicate, 2014.
Sólo personas que “amen a China” –es decir, al Partido Comunista Chino (PCC)– deben presentarse. Podemos entender por qué los dirigentes de China han de estar desconcertados por esa muestra de desafío en Hong Kong. Al fin y al cabo, cuando Hong Kong era aún una colonia de la Corona, los británicos se limitaban a nombrar a los gobernadores y nadie protestaba.
De hecho, el acuerdo que los súbditos coloniales de Hong Kong parecieron aceptar –el de dejar la política de lado a cambio de la oportunidad de perseguir la prosperidad material en un ambiente seguro y ordenado– no es tan diferente del aceptado por las clases instruidas de la China actual. La opinión común entre los funcionarios coloniales, los hombres de negocios y los diplomáticos británicos era la de que, todos modos, los chinos no estaban interesados de verdad en la política; lo único que les interesaba era el dinero.
Cualquiera que conozca mínimamente la historia de China sabe que esa opinión era palmariamente falsa, pero durante mucho tiempo pareció ser cierta en Hong Kong. Para la mayoría de sus ciudadanos, las perspectiva de ser entregados por una potencia colonial a otra nunca fue enteramente satisfactoria, pero lo que de verdad estimuló la política en Hong Kong fue la brutal represión en la Plaza Tiananmen de Beijing y en otras ciudades chinas en 1989. En Hong Kong hubo manifestaciones multitudinarias para protestar por la matanza y todos los años en el mes de junio se celebran conmemoraciones en masa de aquel suceso, lo que mantiene vivo el recuerdo, reprimido y mortecino en el resto de China.
No fue una simple rabia humanitaria lo que galvanizó a tantas personas para movilizarse en 1989. Entonces comprendieron que bajo el futuro gobierno de China sólo una democracia autentica podía salvaguardar las instituciones que protegían las libertades. Sin voz y voto válidos respecto de la forma en que debían ser gobernados, los ciudadanos de Hong Kong estarían a merced de los dirigentes de China. Los gobernantes comunistas consideran a las exigencias democráticas de los hongkoneses un intento desacertado de imitar la política occidental o incluso una forma de nostalgia del imperialismo británico.
En cualquiera de los dos casos, el programa de los manifestantes está considerado “antichino”.
Cuando Hong Kong fue devuelto oficialmente a China hace 17 años, algunos optimistas pensaron que las mayores libertades de la ex colonia contribuirían a reformr al resto de China. El ejemplo de una burocracia limpia y jueces independientes fortalecería el imperio de la ley en todo el país. Otros, por la misma razón, lo consideraban un peligroso caballo de Troya que podía socavar gravemente el orden comunista.
Hasta ahora no hay pruebas de que los manifestantes en el distrito Central de Hong Kong tengan ambición alguna de socavar –y menos aún derribar– el Gobierno de Beijing. B astante tienen con levantarse para defender sus propios derechos en Hong Kong y las posibilidades de que lo logren parecen escasas. El presidente chino Xi Jinping está deseoso de mostrar su fortaleza. La avenencia indicaría debilidad. Su objetivo parece ser el de hacer que Hong Kong sea más parecido al resto de China, en lugar de lo contrario. Y, sin embargo, existen toda clase de razones para pensar que China se beneficiaría en gran medida del rumbo contrario.
Menos corrupción oficial, más confianza en la ley y una mayor libertad de pensamiento harían de China una sociedad más estable, más creativa e incluso más próspera. A corto plazo, es probable que no llegue a ser así, pero seguramente en las calles de Hong Kong se encuentran más personas que de verdad “aman a China” que en los cerrados complejos gubernamentales de Beijing.
Copyright Project Syndicate, 2014.
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