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martes, 29 de septiembre de 2015

En busca de un consenso para el desarrollo, pero ¿qué desarrollo?


Ieco Diario "Clarín". Buenos Aires, 30 de noviembre de 2014.

En busca de un consenso para el desarrollo, pero ¿qué desarrollo?

OPINION“Entre los economistas, algunos sostienen que nuestro país debe crecer sólo potenciando los recursos naturales (agroindustria, minería, energía), y a partir de allí generar empleo en los servicios. Por otro lado, desde una mirada desarrollista se plantea industrializar sustituyendo importaciones e intentando exportar con mayor valor agregado. El horizonte sería Corea o Taiwán. Ambas corrientes se excluyen. Es hora de hacerlas complementarias”. “La palabra desarrollo corre el riesgo de ser un significante vacío. Todos la usan, todos la postulan, está en todas las plataformas”.

  • Daniel Schteingart - Diego Coatz

Más allá de la incertidumbre macroeconómica del presente, lo que Argentina tiene que preguntarse a partir de ahora y a mediano plazo es cuál debe ser su estrategia de desarrollo productivo.
La palabra desarrollo corre el riesgo de ser un significante vacío. Todos la usan, todos la postulan, está en todas las plataformas. Entre los economistas, algunos sostienen que nuestro país debe crecer sólo potenciando los recursos naturales (agroindustria, minería y energía, principalmente), y a partir de allí generar empleo en los servicios. Por otro lado, desde una mirada desarrollista se plantea industrializar el país, sustituyendo importaciones e intentando exportar con mayor valor agregado. El horizonte sería Corea o Taiwán. Ambas corrientes se excluyen. Es hora de hacerlas complementarias.
En el fondo, la pregunta es qué se entiende por desarrollo. Para nosotros, desarrollo significa, en primer lugar, la generación de capacidades tecnológicas nacionales. El gráfico que acompaña esta nota muestra que los países de la mitad derecha cuentan con un amplio dominio de las técnicas y los procesos productivos e intelectuales para innovar.
La variable “capacidades tecnológicas” está compuesta por dos indicadores: las patentes per cápita otorgadas en Estados Unidos y el gasto en investigación y desarrollo como porcentaje del PBI (según, respectivamente, la oficina de patentes de EE.UU. y la UNESCO). La gran mayoría de los países desarrollados tienen, además, una canasta exportable dominada por bienes industriales, según se muestra en el eje vertical del gráfico. Los de más abajo se centran en vender al mundo productos primarios, mientras que los de más arriba se especializan en manufacturas de medio y alto contenido tecnológico (máquinas, químicos, electrónica, autos, etc.).
Ahora, ¿alcanza con exportar manufacturas de media y alta tecnología para ser desarrollado? Claramente, no. Filipinas, México o Tailandia, entre otros, son países que ensamblan bienes sofisticados como autos y productos electrónicos, aunque con poca articulación tecnológica y sobre la base de bajos salarios. Lo mismo ocurría en China hace un tiempo, aunque se ha ido paulatinamente moviendo hacia la derecha del gráfico (más conocimiento y más tecnología en sus procesos productivos).
¿Qué pasa en América Latina? Lamentablemente, nuestros países se ubican abajo y a la izquierda. Eso significa pocas exportaciones industriales y baja innovación e I+D tanto en industria y servicios como en los sectores de recursos naturales. La región tiene varios sectores con alta productividad pero la mayoría de los paquetes tecnológicos que utilizan (como fertilizantes y semillas, para poner un ejemplo cercano) son generados en los países desarrollados.
A lo largo de nuestra historia, hemos asociado livianamente agro con primarización e industria con desarrollo. La evidencia muestra, sin embargo, que no todos los países exportadores de manufacturas de media y alta tecnología son desarrollados, así como tampoco todos los que se especializan en materias primas son subdesarrollados. Abundan los ejemplos. Australia, Noruega y Nueva Zelanda han logrado generar capacidades tecnológicas a partir de ramas intensivas en productos primarios (minería y alimentos en Australia, hidrocarburos en Noruega y lácteos en Nueva Zelanda, principalmente). Estas experiencias resultan más que interesantes para un país como Argentina: los recursos naturales pueden ser foco de innovación, agregación de valor y eslabonamientos con otras actividades (Australia, por ejemplo, es un jugador de peso mundial en el software para la minería y Noruega es innovadora en la extracción off-shore del petróleo y en actividades conexas como los buques petroleros).
Esto no significa que nuestro país deba imitarlos en todos los aspectos. El desarrollo es una experiencia nacional única e irrepetible, y cada país debe seguir su propio camino según su derrotero histórico y sus posibilidades. En nuestro caso, además, nuestros recursos naturales por habitante son significativamente menores. Un estudio del Banco Mundial que mide la dotación de recursos naturales per cápita ubica a Argentina en el puesto 30, incluso por debajo de Chile y Brasil (Australia, Noruega y Nueva Zelanda están en los primeros puestos).
¿Cuál debería ser entonces nuestro horizonte? Si bien no podemos basarnos sólo en recursos naturales, sí podemos (y debemos) aprovecharlos. Por esta razón, un país como la Argentina debería buscar su especificidad entre las experiencias de Corea del Sur o Taiwán y las de Australia, Noruega o Nueva Zelanda. Eso significa ir hacia la derecha del gráfico, pero también un poco hacia arriba, hacia la región en la que actualmente se ubican Canadá o Dinamarca, países que han sabido conjugar una especialización en determinados recursos naturales, junto con algunas actividades manufactureras tradicionales y también de alto contenido tecnológico.Construir capacidades tecnológicas en sectores no típicamente industriales (biotecnología, shale gas, minería, por ejemplo) nos ayudaría a apuntalar el desarrollo de largo plazo.
Pensar una estrategia de este tipo requiere de fuertes consensos internos. El mundo no regala el desarrollo –al contrario, compite por agregar valor y dar bienestar a sus ciudadanos. En los próximos años, esa disputa entre potencias emergentes como China y los países occidentales desarrollados se hará más cruda (los fuertes subsidios en China y las nuevas políticas industriales en EE.UU. y el Reino Unido son prueba de ello).
Además de los consensos, es clave entender el tiempo histórico en el que vivimos: Argentina no cuenta con el contexto geopolítico bajo el cual se desarrollaron los países con sectores primarios fuertes, como Australia, Nueva Zelanda, Noruega o incluso Canadá, ni los de industrialización tardía como Corea y Taiwán. ¿Por qué? Porque a diferencia de estos países, Argentina no ha revestido ni reviste interés geopolítico especial. Por eso es vital usar los recursos de política exterior que sí están a nuestro alcance: el principal es la integración con América del Sur (y, en particular, con Brasil).
La estrategia hacia las próximas décadas deberá poner sobre la mesa estas cuestiones a partir de 2015. Argentina sigue teniendo un conjunto de fortalezas que la ponen un paso adelante en la región pensando en el mediano plazo: tecnología de punta en diversas ramas industriales y mano de obra calificada, instituciones y empresas públicas capaces de potenciar la actividad y la inversión productiva (YPF, Invap, Arsat, CONEA, CNEA, PAMI), recursos naturales estratégicos que se constituyen en pilares sobre los que situarse para mirar el horizonte de largo plazo. La pregunta que resta contestar es si como país podremos consensuar una estrategia productiva y si lograremos utilizar adecuadamente el financiamiento externo e interno para instrumentarla.

 

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