Diario "La Nación". Buenos Aires, 21 de agosto de 2008.
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Tensiones en el Cáucaso, tierra de eternas conquistas y rebeldías
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Su
lugar estratégico entre Oriente y Occidente y su geografía montañosa,
que lo hace inexpugnable, lo pusieron siempre en la mira de los
imperios. Hoy, cuando se vislumbran cambios en el balance del poder
mundial, vuelve a ser el centro.
En
una novela corta de gran belleza literaria, León Tolstoi canta al
espíritu irredento de "los montañeses que vivían en las tierras
inhóspitas" ubicadas entre dos mares, el Negro y el Caspio.
Se
refería al Cáucaso, una zona de tanta importancia estratégica que ningún
imperio dejó de conquistarla si quería verdaderamente controlar
Oriente.
Así se fueron superponiendo capas geológicas de
sumisiones y rebeldías: quisieron conquistarlos los mongoles, los
musulmanes de Tamerlán y los cosacos. Cuando en el siglo XIX el zar de
todas las Rusias los invadió, las tribus de daguestanes y chechenos le
declararon la "yihad" y utilizaron su formidable fuerza de combate.
Joseph
Stalin, que había nacido en la región (Georgia), para dominarlos, los
fragmentó y deportó.Esta ingeniería geográfica explotó en 1990, en los
umbrales de la desintegración de la URSS. El resultado fue un entramado
de territorios y rencores siempre a punto de estallar entre las tres ex
repúblicas soviéticas de Georgia, Azerbaiján y Armenia (que quedaron
como naciones independientes) y los enclaves de Abjazia y Osetia del Sur
(que son de Georgia pero quieren ser rusas); los enclaves de Daguestán,
Chechenia e Ingushetia (musulmanes de Rusia que quieren ser
independientes) y Nagorno Karabaj, disputado por azeríes y armenios. Por
eso es de una obviedad tragicómica que la frase "integridad
territorial" sea el latiguillo que usan George Bush, Vladimir Putin y
Angela Merkel para dirimir su pelea en el Cáucaso.
Para Rusia, no
se trata de la lucha por la hegemonía como durante la Guerra Fría.
Simplemente es marcar las fronteras más allá de las cuales no quiere
permitir el avance de ninguna potencia. En la visión del Kremlin, el
cerco que ha ido tendiendo Washington ya lo ahoga al límite de lo
tolerable. Basta mirar un mapa. Bases antimisiles de EE.UU. en Polonia y
República Checa. Ucrania, abierta a la presencia norteamericana. El
enclave de Kosovo, primero internacionalizado con tropas de la OTAN y
ahora independiente. Bases militares en 3 de las 5 ex repúblicas
soviéticas de Asia Central. Georgia, aliada estrecha de EE.UU.
La
aventura georgiana de avanzar sobre Osetia del Sur, y la drástica
respuesta rusa, finalmente, no hacen más que indicar que nuevas
tensiones y fuerzas están operando en la tablero internacional. El
operativo "Osetia" (promovido o tolerado por el Pentágono) dio buenos
resultados para el diseño militar de EE.UU. El proyecto estancado de una
base en Polonia se resolvió de inmediato.
Alemania y Francia,
que se habían opuesto en abril al ingreso de Georgia y Ucrania a la
OTAN, ahora dieron luz verde. Algo más: si tropas internacionales se
instalan en Georgia estarán a un paso de Irán y del escenario bélico de
Oriente Medio.
Rusia, que tiene aún 5.200 cabezas nucleares y un
stock de 8.800 de reserva esperando ser demanteladas (Bulletin Atomic
Scientist 2008), fortalecida económica y moralmente de su derrota
soviética, salió, por su parte, nuevamente al ruedo global, dispuesta a
jugar fuerte en territorio que considera de su exclusiva influencia.
Hoy,
en los 300.000 km cuadrados de la región conviven musulmanes shiítas y
sunnitas, judíos, cristianos ortodoxos y monofisitas de 36 etnias
diferentes, cada una con su idioma. Su estructura social está basada en
clanes. Sobre las antiguas pasiones territoriales y religiosas se suman
las más modernas ambiciones geopolíticas y económicas. Para Europa es
crucial: por allí pasan los ductos que le traen el gas de Rusia. Y el
mar Caspio, famoso porque sus esturiones producen el mejor caviar, es
rico en recursos naturales que escasearán: los cálculos hablan de más de
100 mil millones de barriles. En palabras de Tolstoi, la violencia se
aferra al Cáucaso.
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