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lunes, 11 de agosto de 2014

ARMENIA. EL NEGACIONISMO ES LA CONTINUACIÓN DEL GENOCIO ARMENIO.Melikian, Vahagn. 2013.

Diario "Clarín". Buenos Aires, 1 de setiembre de 2005.





El negacionismo es la continuación del genocidio armenio

Por   | Para LA NACION
En un artículo reciente, bajo el título "El genocidio, un delito definido por la ley", el embajador de Turquía Taner Karakas apela a variados recursos para demostrar que el exterminio de 1.500.000 armenios por parte del Imperio Otomano no fue un genocidio.
La verdad histórica es que hace 98 años se cometió un crimen diabólico contra el pueblo armenio, que vivía pacíficamente en la cuna de su nacionalidad. Ese crimen sería caracterizado y definido varias décadas después, en 1944, por el jurista polaco Rafael Lemkin, quien, al crear el término genocidio, intentaba describir y definir la política nazi de asesinatos y violaciones, así como las atrocidades cometidas en 1915 contra los armenios.
En 1948, la ONU adoptó la Convención sobre Prevención y Castigo del Delito de Genocidio, definido como un crimen internacional, y desde entonces, los países miembros de la convención están obligados a prevenir, así como a castigar a los que cometen un crimen de esa naturaleza.
El plan de exterminio y destierro del pueblo armenio fue trazado y ejecutado fríamente por el gobierno del Imperio Otomano y hoy se inscribe entre los ejemplos más claros del terrorismo de Estado. El objetivo era uno solo: el gobierno de los Jóvenes Turcos, para preservar los restos del debilitado Imperio Otomano, dio nacimiento a la ideología del panturquismo, es decir, la constitución de un inmenso imperio cuyas fronteras llegarían hasta China y abarcaría a todos los pueblos de habla turca del Cáucaso y de Asia Central. El plan preveía también la turquificación de todas las minorías nacionales. La población armenia era considerada el principal obstáculo en ese camino.
Preparado detalladamente, el plan se ejecutó en varias etapas. La primera etapa comenzó con la eliminación de cientos de intelectuales armenios el 24 de abril de 1915. La segunda fue el reclutamiento de más de 60.000 armenios para el ejército otomano, que fueron asesinados por sus compañeros de armas turcos. La tercera parte del genocidio se caracterizó por la matanza y el destierro de mujeres, ancianos y niños hacia los desiertos de Siria Taner, donde miles de ellos murieron de hambre y enfermedades. Decenas de miles de armenios cristianos fueron islamizados por la fuerza. La última etapa del genocidio está definida por la negación de las deportaciones y del plan de exterminio por parte del gobierno turco.
Esa política de negacionismo continúa hasta hoy, como lo prueba el artículo del embajador Taner Karakas. La negación es la continuación más directa del genocidio, un hecho innegable que, tarde o temprano, obligará a Turquía a enfrentarse con su pasado y saldar cuentas con la historia.
Se podría haber esperado del embajador turco un mínimo respeto a la memoria de los armenios víctimas del genocidio, decenas de miles de cuyos descendientes hoy viven en la Argentina.
El reconocimiento y la condena del genocidio de 1915-1923, por los cuales lucha todo el pueblo armenio unido, no constituyen un fin en sí mismos. Es un permanente mensaje a la comunidad internacional destinado a prevenir futuros crímenes, impedir la repetición de los ya cometidos y detener nuevos intentos, porque el genocidio no es un crimen contra tal o cual nación, sino contra toda la humanidad.
© LA NACION.
 
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El mundo

Huellas de los armenios secretos de Turquía

Casi un siglo después del genocidio de 1915, muchos familiares de los sobrevivientes prefieren, por temor, ocultar sus verdaderas raíces; el número podría ascender a unas dos millones de personas
Por   | Para LA NACION

¿Quién eres? Esto es Turquía. ¿Sabes qué es Turquía?" me preguntó el hombre, con un miedo en los ojos magnificado por sus gruesos lentes. Era de la poco conocida comunidad gitana armenia, en el distrito de Kurtulus, en Estambul. Estábamos en una confitería donde suelen reunirse gitanos armenios, a quienes trataba de entrevistar.
Y tenía razón. No sabía yo qué era Turquía. Pero Turquía, e incluso muchos armenios, tampoco sabían quién era él.
En Turquía, hay una minoría misteriosa conocida por el nombre de "armenios secretos". Se han estado ocultando a plena vista de todos por casi un siglo. En apariencia, son turcos o kurdos, pero los armenios secretos son descendientes de los sobrevivientes del genocidio de 1915, quienes permanecieron en Anatolia oriental tras convertirse por la fuerza al islam. Algunos ahora son musulmanes devotos, otros son alevíes -generalmente considerada una rama del islam chiíta, aunque para algunos esa descripción es inexacta- y unos pocos mantienen la fe cristiana, especialmente en la zona de Sasún, donde aún hay aldeas en las montañas con poblaciones armenias secretas. Aun cuando los armenios gitanos, o poshás , no se ajustan exactamente a la calificación de armenios secretos, comparten muchas características con aquéllos, entre otras, la renuencia -o el temor- a revelar su identidad, incluso a otros armenios.
Nadie sabe si los armenios secretos se cuentan por miles o por millones. En su mayor parte, temen darse a conocer. "Turquía es aún un lugar peligroso para los armenios", me dijo una armenia secreta de Palú.
Los armenios secretos no se mezclan con los otros armenios "declarados", de la comunidad activa, pero menguante, de Estambul. La mayoría no habla con extraños. Romper tabúes en Turquía puede costar la vida. Después de todo, recuerdan lo que le ocurrió a Hrant Dink. Dink, periodista armenio-turco, fue asesinado en Estambul en 2007 por un joven, enfurecido por su pluma implacable sobre asuntos controvertidos, desde el genocidio armenio hasta el fundador de la Turquía moderna, Kemal Atatürk.
No es fácil definir quién es armenio secreto. Algunos se rehúsan a ser llamados armenios, aun cuando admiten que sus padres o abuelos lo eran, pero a veces, con frecuencia contra su propia voluntad, aún son considerados armenios por otros turcos o kurdos, suspicaces sobre su conversión. Algunos son conocidos por sus vecinos como armenios y no lo esconden, en tanto otros se lo ocultan a sus propios hijos, algunos de los cuales lo descubren luego por otros niños, que se burlan de ellos por armenios.
Rafael Altinci, el último armenio de Amasya, fue criado en la fe cristiana y durante un año estudió en la escuela secundaria armenia Surp Haç, de Üsküdar, Estambul, donde Hrant Dink también era alumno entonces. Para todos fines prácticos, empero, Altinci es musulmán y está casado con una mujer turca, con quien ha tenido una hija criada como turca. Aun así, él se considera armenio.
En las montañas de Mush, Jazo Uzal es el último armenio en la aldea armenia de Nich, a cuatro horas de arduo recorrido en auto desde Bitlis. Uzal es cristiano practicante y pasa los inviernos en Estambul, pero en la aldea observa las festividades musulmanas, incluso el Ramadán.
Por su parte, Mehmet Arkan, abogado en Diyarbakir, no sabía que su familia era armenia hasta que se trabó en pelea con un niño kurdo cuando tenía 7 años y volvió llorando a casa, diciendo que había sido llamado "armenio". Su padre le dijo que, en realidad, eran armenios, pero no podía decirlo fuera de casa.
"Hace diez años no lo admitíamos, pero ahora ya no es peligroso en Diyarbakir", dijo en una entrevista, mientras el gobierno local exalta su pasado armenio, con la reciente restauración de la iglesia Surp Giragos y el establecimiento de un curso de armenio para principiantes. Arkan no se siente menos armenio por ser musulmán sunita practicante.

Preservar la identidad

En algunos casos, la identidad armenia secreta sobrevivió por transmutaciones inesperadas. En las masacres de 1915, la mayoría de los sobrevivientes del clan de los Oggasian, de la aldea de Bagin cerca de Palú, se estableció en Rhode Island, Estados Unidos. Uno de los niños de la familia, Kirkor, que entonces tenía entre 10 ó 12 años, quedó en la aldea, probablemente secuestrado por un caudillo kurdo local, quien lo adoptó como ayudante en sus tierras y las que se apropió de los armenios exterminados. Este caudillo kurdo casó a Kirkor con otra huérfana armenia de las masacres, Zerman, a muy temprana edad. Ambos se establecieron en la cercana aldea de Argat, se convirtieron al islam, adoptaron nombres turcos y sus descendientes son musulmanes que se someten con devoción a los cinco pilares de la fe, desde la peregrinación a la Meca hasta los rigores de los ayunos del Ramadán.
Y sin embargo, una costumbre propagada entre algunos musulmanes de casarse entre primos y que el clan adoptó tras islamizarse, contribuyó, por curiosa derivación, que se preservaran la identidad y memoria armenias. Si bien ha habido matrimonios con algunas mujeres kurdas zazas , la gran mayoría de los descendientes de Kirkor y Zerman Oggasian se han casado con otros primos armenios, lo que también ha permitido al prolífico clan -no es inusual en esta parte de Turquía que cada familia tenga entre 8 y 12 hijos- ampliar su acervo patrimonial y la propiedad de tierras. La familia conserva la transcripción de una sura del Corán en árabe y escrita en armenio por Kirkor cuando se convirtió al islam. También guardan la última carta que recibieron en armenio de un primo en Providence, Rhode Island, en 1964. Y por la poderosa tradición oral en esta parte del mundo, recuerdan quiénes son y de quiénes descienden.
Los mayores entre ellos recuerdan que la abuela Zerman hasta sus últimos días solía sumirse en silencio y llorar, murmurando entre dientes "vahsi zazalar" ("zazas salvajes"), al recordar las masacres que presenció en su niñez. Uno de los bisnietos de Kirkor y Zerman es imán en la Gran Mezquita de Harput. Al elaborar el árbol genealógico de la familia, descubrimos que su primo lejano, de la rama que escapó a Estados Unidos en el genocidio, es el arzobispo Oshagan Choloyan, de la prelatura de la Iglesia Armenia en Nueva York.
En las montañas de Sasún, una legendaria ciudad armenia ahora en el sudeste de Turquía, aún quedan aldeas con poblaciones de armenios secretos. Durante una peregrinación el verano pasado a un santuario armenio en la cima del Monte Maruta, una niña de 6 o 7 años cargaba sobre el hombro una bolsa grande de tela blanca, que al darse vuelta reveló sobre el otro lado una cruz armenia bordada a casi todo el largo. Al acercársele un extraño para fotografiarla, la niña se asustó y dio vuelta la bolsa al lado blanco para ocultar la cruz. Al preguntársele a la madre si eran armenios, la mujer, con la cabeza cubierta con un pañuelo al estilo musulmán, solamente dijo, "Somos musulmanes".
Otro peregrino, Efrim Bak, armenio de Sasún ahora residente en Estambul, dijo que la aldea donde nació hace más de medio siglo, Arkint, era mayoritariamente armenia hasta fines de los años ochenta. Hasta entonces, los armenios de la localidad montaban guardia armada para evitar ataques por parte de kurdos de aldeas vecinas para saquear y secuestrar mujeres. No eran inusuales las batallas con armas de fuego entre armenios y kurdos hasta fines de la década del 60.
En 1915, de los 47 armenios que vivían en Arkint, sobrevivieron nueve, entre ellos Kevo Demirci, quien se salvó en virtud de su oficio: si lo mataban, el pueblo se quedaba sin su único herrero. Desde 1920 hasta que murió en 1948, Kevo se dedicó a buscar huérfanos armenios, entre ellos algunos convertidos al islam, y los traía al pueblo, donde los casaba entre sí. Para 1965, había en Arkint 250 armenios cristianos, 100 armenios conversos y 50 kurdos. Sin embargo, hacia fines de la década de 1980, en gran medida debido al renovado hostigamiento de kurdos -muchos de éstos descendientes de madres o abuelas armenias-, los armenios del lugar decidieron vender sus propiedades y mudarse a Estambul, y de allí a otras partes.
La provincia de Tünceli, más conocida por su antiguo nombre de Dersim, probablemente tiene la mayor concentración de armenios secretos. Uno de ellos, Miran Pirgiç Gültekin, decidió darse a conocer el año pasado, cuando apeló a la justicia turca para adoptar un nombre armenio, cambiar su religión de la musulmana a la cristiana, y formó la Unión de los Armenios de Dersim. Según Gültekin, tres cuartos de la población rural de la singular provincia -la de menor densidad demográfica de Turquía, una de las de mayores índices educativos, la única con mayoría aleví y una población total de apenas 77.000 habitantes- son armenios secretos. La mayoría de éstos aún se niega a revelar su verdadera identidad por temor y le recriminan a Gültekin su iniciativa.
Una joven universitaria oriunda de Dersim, quien se enteró de que era armenia a los 15 años, dice que en su provincia natal no le importa ser conocida como armenia por sus amistades y vecinos, pero en la ciudad donde estudia actualmente, en el oeste de Turquía, "temería por mi vida si supieran que soy armenia".
El asunto de los armenios secretos obsesionaba al periodista Hrant Dink, quien decía que hay alrededor de dos millones de ellos en Turquía. Y, en cierto modo, Dersim y los armenios secretos están conectados con el asesinato de Dink.
En un artículo publicado en su diario Agos, Dink dijo que Sabiha Gökçen, la primera aviadora de combate en Turquía y en el mundo, e hija adoptiva de Atatürk, era una huérfana armenia del genocidio de 1915, Khatun Sebilciyan. Así, era una armenia secreta. Gökçen es considerada una heroína turca, en no menor medida por su papel en la supresión de la rebelión de Dersim en 1938, con incursiones aéreas.
Dink fue asesinado en el periodo posterior de furia que siguió al artículo sobre el presunto origen armenio de Gökçen y la trágica ironía de una huérfana del genocidio armenio que, bajo la identidad turca, participó en una masacre de kurdos, apenas dos décadas después del genocidio, y una tragedia individual que resume las tragedias colectivas, cuya memoria silenciada desde hace un siglo no da tregua. 
 
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A fondo

Armenios: con el recuerdo del horror a flor de piel

A poco de cumplirse cien años del genocidio, los descendientes argentinos intentan mantener viva la memoria de los sobrevivientes de las matanzas
Por   | Para LA NACION
 
El 24 de abril pasado se conmemoraron los cien años del genocidio en la Iglesia Armenia. Foto: Hernán Zenteno
 
Esta historia comienza donde todo había terminado. Entre 1915 y 1923, el pueblo armenio fue arrasado por matanzas, persecuciones y torturas por parte del Imperio Otomano, que llevó a la muerte a un millón y medio de personas. Los hombres eran asesinados a hachazos frente a sus familias. Las mujeres eran violadas, tomadas como parte de su harén o vendidas al mejor postor.
Familias enteras fueron deportadas, obligadas a cruzar el desierto para dejar el país sin alimentos ni agua. Miles y miles de personas murieron en esa ruta de fantasmas vivientes, de esqueletos que desfallecían de hambre y sed. El río Éufrates se convirtió en un cementerio, a donde muchas mujeres se arrojaban, junto a sus hijos, para no soportar más ese infierno que les había tocado vivir.
Aquellos que lograron sobrevivir terminaron en asilos, orfanatos o trabajando como empleados en casas de familia en diferentes ciudades de Siria, el Líbano y en la recién creada Armenia soviética. A los niños que fueron separados violentamente de sus padres y hermanos les llevó años volver a encontrarse con algunos de ellos. En muchos casos nunca lo lograron. Sus vidas fueron robadas, masacradas y despojadas de sentido. Sólo el instinto de supervivencia, sobre todo en los más pequeños, les hizo seguir adelante.
Familias enteras fueron deportadas, obligadas a cruzar el desierto para dejar el país sin alimentos ni agua
"Cada 24 de abril se vivía el luto por las pérdidas sufridas y la incomprensión por tanta crueldad humana. En 1965, con el 50° aniversario del genocidio, despertamos del dolor y comenzamos a reclamar. Fue tanto el horror vivido que no habíamos podido hacerlo hasta ese momento. Hoy, ya son muchas naciones las que han reconocido este genocidio y seguiremos adelante hasta lograr que lo hagan todos los países del mundo", explica Kissag Muradian, arzobispo de la Iglesia Apostólica Armenia en la Argentina y Chile, que participó de la homilía del papa Francisco el 12 de abril pasado, en conmemoración de las víctimas de la matanza, cuando el Sumo Pontífice habló de genocidio armenio.

La llegada

La salvación para aquellos que lograron sobrevivir llegaría en los barcos que los llevarían a tierras lejanas, remotas, algunas de cuyos nombres jamás habían oído hablar. Una de ellas era la Argentina, un país con los brazos abiertos para la inmigración. "En 1915, cuando comenzaron las persecuciones y las matanzas, mi papá tenía 8 años, y recién seis años después vuelve a encontrarse con su mamá, que muere al poco tiempo. Sin rumbo, se fue a Francia, y desde el puerto de Marsella se subió a un barco cuyo destino desconocía. Al llegar al puerto de Buenos Aires, no sabía dónde estaba ni entendía una palabra de lo que se hablaba. En esa época, en los puertos de muchos países de Europa y América había armenios que esperaban a otros como ellos, que llegaban sin nada, desnutridos y sin pertenencias. Los que ya se habían establecido alquilaban habitaciones con más camas que las necesarias para darles albergue. Empezó como vendedor ambulante y terminó trabajando en el frigorífico Swift, donde estuvo muchos años. Con mucho esfuerzo y trabajo, rearmó su vida nuevamente", cuenta Elsa Terzian, de 85 años, la primera médica de su comunidad.
Ella representa los logros que muchos armenios alcanzaron en la Argentina y agradecen tanto: formar una familia, progresar económicamente y que sus hijos lo hicieran más que ellos. "Cuando mi papá ya era más grande, le propuse viajar a Armenia, y escuché el no más estruendoso de mi vida. Le pregunté por qué y él me dijo: «Yo acá viví en paz, formé mi familia y me respetaron. Éste es mi país»", recuerda Elsa.
La Argentina es la tercera comunidad armenia en tamaño del mundo, con alrededor de 120.000 miembros. En Buenos Aires hay siete escuelas, siete iglesias armenias, dos diarios, tres audiciones radiales, restaurantes, clubes de fútbol y muchas instituciones más, que demuestran la inserción social y cultural que vivió este pueblo al llegar al país.
La Argentina es la tercera comunidad armenia en tamaño del mundo, con alrededor de 120.000 miembros
"Mis abuelos llegaron siendo adolescentes ya casados. Venían del mismo orfanato, en donde se habían conocido. Cuando mi padre se enteró de que su hermano vivía en la Argentina, dedicó todos sus esfuerzos a llegar al país, y lo logró. Trabajaban de manera comunitaria, se ayudaban unos a otros y mantenían su cultura, pero sumándose al país donde iban. Allí donde llega un armenio se construyen una iglesia, una escuela y un club social para reunirse", explica Juan Sarrafian, presidente de la Federación de Colectividades.

La memoria

La forma de superar traumas tan dolorosos, sin embargo, no siempre es la memoria. En algunos casos, los descendientes de aquellos que sobrevivieron al genocidio prefirieron no mirar atrás y así no quedar atados a un pasado que les recordara el dolor.
 
En una misa, se recordó al millón y medio de víctimas. Foto: Hernán Zenteno
 
Aníbal Cantarian, nieto de armenios, hoy tiene 49 años y tuvo dos formas diferentes de recibir este legado. "Mi papá, José Cantarian, era muy práctico y prefirió olvidar, mirar para adelante y no aferrarse a ese pasado. Se casó con una argentina, se abrió de la tradición. Recordaba el dolor de sus padres, sobrevivientes del genocidio, como todos los que llegaron al país. Lo respetaba, pero a nosotros no nos hablaba en armenio. No intentó mantener el idioma ni hablaba del tema", cuenta.
Su tío, Bedros Merzifournian, sin embargo, casado con una hermana de su papá, también era de origen armenio y tenía muy presente ese pasado. "Me acuerdo de que cuando cumplí once años vinieron mis amigos a casa. Ellos me decían «turco», y cuando mi tío los escuchó se le transformó la cara. Me apartó y me preguntó si no me daba vergüenza que me dijeran turco. Yo no entendía qué le pasaba. Más tarde me contó que él no sabía cuándo era su cumpleaños porque los turcos se llevaron a su papá y nunca más lo vio. A él y a su mamá los mandaron al destierro por el desierto, pero ella se murió en el camino. Una mujer que estaba en la caravana lo tomó en brazos y se lo llevó para criarlo. Años más tarde, viviendo en un orfanato, se enteró de que su hermano había venido a la Argentina. Puso todos sus esfuerzos para venir a este país y a los 17 años llegó a Francia y partió hacia la Argentina. Allí comenzó otra historia", dice.

La última sobreviviente

A pesar de haber transcurrido ya 100 años de la barbarie que asoló a esta nación, aún quedan unos pocos sobrevivientes en el mundo. Luisa Naljian de Akrabian es una de ellas. En diciembre pasado cumplió 100 años, y para esa ocasión recibió un saludo muy cordial del papa Francisco. Su vejez no la ha alejado de los tristes recuerdos de la barbarie vivida en su niñez. "Hacia 1915, yo tenía meses de vida y mi madre huyó con nosotros porque a mi papá lo habían reclutado. En 1918, como muchos armenios, volvimos a nuestra casa engañados por los turcos, que dijeron que todo volvería a la normalidad. Pero no fue así, todo siguió igual y nos tuvimos que refugiar en un asilo alemán, al que los turcos prendieron fuego. Logramos salvarnos porque uno de los que estaban allí albergados conocía por dónde pasaban las cañerías de agua y se pudo dominar el fuego. A mis cinco años, huimos de allí definitivamente. Partimos en caravana tras una dama francesa, dueña de un colegio, que abandonaba la ciudad y nos protegía. Lo poco que teníamos lo usamos para partir a la Argentina en la clase más baja del barco, junto a 500 armenios más que viajábamos en la bodega. Al llegar a Buenos Aires, nos esperaba el Ejército de Salvación, que nos llevó a una casa que estaba a punto de demolerse. En una habitación vivíamos tres o cuatro familias. Mi padre trabajó de albañil y luego hizo compostura de calzados. Mi madre era modista. Después de siete años de un duro trabajo, levantaron su fábrica de zapatos y logramos comprar una casa", recuerda Luisa Akrabian, rodeada de sus hijos, que la cuidan y admiran.
Luisa Akrabian era del pueblo de Marash, en el que, hacia 1914, había 86.000 armenios y donde en enero de 1923 ya no quedaba ninguno, como testimonia Stanley Kerr en su libro Los leones de Marash, sus memorias como miembro de la Near East Relief, organización humanitaria norteamericana que fue creada por el Congreso de los Estados Unidos para ayudar a Armenia luego del genocidio y que estuvo allí hacia esa fecha. El caso de Marash se repitió en muchas ciudades armenias dentro del Imperio Otomano, desde el 24 de abril de 1915, cuando fueron arrestados cerca de 600 intelectuales y hombres notables de origen armenio en Constantinopla, para ser deportados y asesinados.
Después de siete años de un duro trabajo, levantaron su fábrica de zapatos y logramos comprar una casa
A pesar de que los Jóvenes Turcos -como se llamaba al gobierno que había depuesto al sultán Abdul Hamid en la revolución constitucionalista de 1908- habían compartido, en un principio, la idea de una ciudadanía igualitaria con las minorías étnico-religiosas (griegos, armenios y judíos), su política se fue tornando cada vez más nacionalista, inspirada en las ideas de Ziya Gökalp, un moderno sociólogo turco que propuso el panturquismo, una ideología que estaba basada en una unificación cultural, religiosa y lingüística y que no abría espacio a ningún pluralismo ni convivencia pacífica con las minorías étnicas. Esta ideología nacionalista sentó las bases para una política de matanzas, que ya se venía poniendo en práctica desde 1894 y se acrecentó en el resentimiento de los turcos por la feroz derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial, la pérdida de territorios en manos de las potencias europeas y la crisis económica que estaban sufriendo.
 
Un concierto en Palermo, otro de los homenajes. Foto: Hernán Zenteno
 
"La comunidad armenia sostiene que fue un genocidio, de acuerdo con la Convención de las Naciones Unidas, que establece que "se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación (matanza de los miembros de la comunidad, lesión grave a la integridad física o mental de los miembros, sometimiento intencional de grupo a condiciones de existencia que acarreen su destrucción parcial o total, entre otros), perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional étnico, racial o religioso". El problema radica en que los perpetradores de ese genocidio deben responder ante la ley, deben cumplir penas y compensar a las víctimas del crimen. Es por ello que, de reconocerse formalmente el reclamo, la República de Turquía podría ser sancionada jurídicamente por la responsabilidad sobre las muertes de gran número de la población armenia y la devolución de territorios a los armenios", explica María Julia Moretti, especialista en historia y cultura de Asia.
Turquía sigue negando que haya sido un genocidio y atribuye lo sucedido a las consecuencias de vivir en estado de guerra. "La radicalización y la militarización de los grupos armenios nacionalistas, en esperanza de crear una patria armenia étnicamente homogénea en Anatolia, eran una seria insurgencia con la cual lidiar. En mayo de 1915, la ley de reubicación, la cual constituye el punto central de controversia histórica entre los historiadores del último período otomano, parece ser una inevitable práctica contrainsurgente. La decisión de trasladar a grandes sectores de armenios ciertamente resultó en una gran adversidad, pero es también considerada una medida de tiempos de guerra, inaceptable de acuerdo con los estándares de hoy", aclara. "El trabajo de memoria requiere recordar y narrar la historia de manera objetiva y no selectiva, basado en documentación de archivo", explica el embajador de Turquía en la Argentina, Taner Karakas.
Turquía sigue negando que haya sido un genocidio y atribuye lo sucedido a las consecuencias de vivir en estado de guerra
La documentación abunda y hay miles de testimonios de víctimas y de protagonistas militares, políticos y profesionales de la época que apuntan a confirmar un plan sistemático para perseguir y aniquilar a la población armenia durante las primeras décadas del siglo XX. Entre estos documentos se pueden mencionar las memorias del embajador de los Estados Unidos Henry Morgenthaum; el Informe secreto sobre las masacres de Armenia, del pastor alemán Johannes Lepsius, así como el libro Las atrocidades de Armenia, del historiador Arnold Toynbee. Ellos fueron testigos presenciales de las atrocidades cometidas. Hay fotografías que lo documentan y cientos de archivos en los diferentes países que participaron de la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, les brindaron ayuda humanitaria.

Un reclamo que se volvió internacional

  • En el marco del centenario del primer genocidio del siglo XX, el reclamo se ha instalado en la agenda política y mediática mundial. Ya son 24 los países que han declarado su apoyo al reclamo de Armenia, y aquellos que aún no lo han hecho (Estados Unidos, Israel e Inglaterra, entre otros) deben explicar por qué no lo hacen. En la Argentina, desde 1985 se pronunció una ley que pide a la ONU el reconocimiento internacional del genocidio cometido contra el pueblo armenio.
  • En 2000, el escribano Gregorio Hairabedian hizo una presentación judicial ante la Cámara Federal para conocer cuál fue el paradero de su familia materna y paterna, oriunda de Zeitún y Palú, en Turquía. "En abril de 2011, con un fallo judicial del juez Norberto Oyarbide, se dictaminó que Turquía planificó y ejecutó el crimen de genocidio contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923. Como pruebas, se presentaron documentación internacional, testimonios orales de sobrevivientes, y archivos de prensa y eclesiásticos. Es la primera presentación de este estilo a nivel internacional y es el primer caso de judicialización del crimen de genocidio realizado por el hijo de un sobreviviente que obtiene una sentencia firme de una corte federal", dice Federico Gaitán, presidente de la Fundación Luisa Hairabedian.
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