Martes 01 de febrero de 2005
Carter, Trotski y Bush
Por Mario Del Carril
Para LA NACION
Para LA NACION
Se esperaba que los cambios en la política exterior norteamericana,
iniciados por el presidente George W. Bush en su primera presidencia
como reacción al acto terrorista que mató a más de 3000 personas en
Nueva York, se consolidaran y profundizaran en su segunda presidencia.
Pero no se esperaba que esos cambios fueran revestidos con la ambición
de hacer imperar la democracia en todo el mundo, por la fuerza si fuere
necesario.
Esta enorme ambición política, moral y del ejercicio del poder que
algunos vislumbran en el segundo discurso inaugural del presidente
norteamericano evoca incongruentes imágenes de la ambición moralizadora
del ex presidente demócrata Jimmy Carter y de la cruenta ambición
política y revolucionaria de León Trotski.
Carter pensaba, como Bush, que la misión de los Estados Unidos era promover y defender la libertad, la democracia -aunque observó más los derechos humanos que Bush- y que ese objetivo moral debería guiar la política exterior norteamericana. Pero Carter nunca propuso intervenir militarmente en un país para remediar los abusos a los derechos humanos. Por ejemplo, no propuso invadir la Argentina para derrocar a la dictadura de Videla.
Trotski, a su vez, sostenía que el comunismo sólo podía sobrevivir en Rusia si la revolución comunista prevalecía en el mundo. Para lograr ese resultado, propuso la revolución permanente y universal. Según Trotski, pretender construir la utopía socialista en un solo país, aislarse, era un suicidio ideológico porque los enemigos de esa utopía siempre estarían al acecho. Ahora Bush nos dice: "Los acontecimientos y el sentido común nos llevan a una sola conclusión: la supervivencia de la libertad en nuestra tierra depende del éxito de la libertad en otras. La mayor esperanza para la paz en nuestros tiempos es la expansión de la libertad en todo el mundo". Los contenidos de las doctrinas que defienden Trotski y Bush son opuestas, pero la búsqueda de internacionalización es la misma. Esta interpretación del discurso del presidente Bush no es propia de sus adversarios. Al contrario, los más ardientes admiradores del presidente, militantes de esa ondulante corriente de opinión llamada neoconservadora, son quienes más propalan la interpretación de sus palabras como revolucionarias.
Robert Kagan, del Carnegie Endowment for Internacional Peace, escribió en The Washington Post que, en su discurso, Bush fundamenta la política exterior norteamericana en principios universales que se hallan en la declaración de la independencia de Estados Unidos, y que la verdad abstracta de estos principios "es aplicable a todos los hombres en todos los tiempos". Escribe también que a los viejos conservadores no les va a gustar este punto de vista porque odian admitir que "Estados Unidos es una potencia revolucionaria."
El entusiasmo de Kagan es compartido por William Kristol, director del National Standard, como por otros que creen que únicamente el poder puede asegurar la libertad en el mundo. Para comprender mejor la relación entre la moral, la política y el poder, que es central para la visión de los intelectuales neoconservadores que suelen identificarse como realistas políticos, se puede analizar el ensayo de Kagan Poder y debilidad, publicado en el número 113 de Policy Review; allí, el autor reduce las diferencias entre Europa y Estados Unidos al hecho de que la Unión Europa es militarmente débil y no quiere sacrificarse para fortalecerse, y Estados Unidos tiene un poder militar inigualable que está dispuesto a mantener; por lo tanto, según Kagan, Europa y Estados Unidos no comparten la misma visión sobre la eficacia y la moralidad del poder y si el poder es deseable o no. No pueden compartirlas porque viven en diferentes dimensiones del poder. Kagan cree que los europeos y los que piensan como los europeos habitan un mundo dependiente y posthistórico, de leyes internacionales, de negociaciones trasnacionales, y que realizan, en su región, el estado de paz perpetua ideado por el filósofo Emanuel Kant. La realización de este estado de paz perpetua, según Kagan, es la aspiración racional de los débiles que no pueden defender sus intereses o valores con la fuerza y, en última instancia, es sustentable por la defensa que ofrece el poder militar norteamericano.
Así las cosas, Estados Unidos no puede darse el lujo de vivir como los europeos, porque sigue "enfangado en la historia" ejerciendo su poder en un mundo anárquico en que el hombre es el lobo para el hombre y donde las reglas internacionales son inseguras y la promoción de un orden liberal dependen del uso eficaz del poder. Sólo la fuerza militar de Estados Unidos puede controlar y transformar ese mundo anárquico en un mundo democrático y expandir la esfera de la libertad. Estos son corolarios de la doctrina de la "revolución democrática permanente" que Robert Kagan, William Kristol y otros "realistas políticos" encuentran en el discurso con que inauguró su segunda presidencia George W. Bush.
¿Puede ser cierta esta interpretación neoconservadora, intelectualizada y revolucionaria de las palabras del reelegido presidente norteamericano? Seguramente el texto del discurso presidencial fue escrito por un intelectual, o varios, y está influido por la retórica de los realistas políticos. Sin embargo, el árbitro de su significado no es el escribiente que lo produjo, es el presidente que lo pronunció.
Sobre esto valen las palabras del primer presidente Bush (George H.), quien en estos días salió al cruce de las interpretaciones revolucionarias del discurso de su hijo. "La gente quiere leer mucho en este discurso", dijo. Tanto en el país como afuera dicen que es el preludio de una política exterior más belicosa, pero están equivocados; el discurso no trata de eso; es un discurso sobre la libertad y nada más. Entonces habría ahí más Carter que Trotski; más moral que revolución. Veremos. .
El autor es doctor en filosofìa.
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