Diario "Clarín". Buenos Aires, 21 de setiembre de 2014.
“Combatir el calentamiento y crecer”
Reducir los gases de efecto invernadero es compatible con un mayor crecimiento económico, afirma un estudio internacional. La evidencia de que el desempeño económico se puede mejorar aun bajando emisiones, surge del nuevo informe de la Comisión Mundial de la Economía y el Clima. El informe se apoya en un consenso cada vez mayor sobre los beneficios de un crecimiento bajo en carbono entre las instituciones internacionales como la OCDE, el Banco Mundial y el PNUD. Pero el informe también muestra que esto no está sucediendo lo suficientemente rápido.- Nicholas Stern - Angel Gurría
La economía mundial experimenta una notable
transformación que está cambiando nuestras posibilidades de actuar
frente al cambio climático. El crecimiento de las economías emergentes,
la urbanización rápida y los avances tecnológicos están haciendo posible
una nueva senda de crecimiento con baja emisión de carbono en formas que no eran evidentes apenas hace cinco años.
Sabemos que si no se las controla, las emisiones de gases de efecto invernadero causarán un cambio climático devastador. Lo que ahora se está viendo es que la reducción de las emisiones no sólo es compatible con el crecimiento económico y el desarrollo; si se hace bien, puede incluso generar más crecimiento que el modelo previo de alto carbono.
En el caso de las ciudades, la evidencia –de Bogotá a Barcelona, de Curitiba a Copenhague– muestra que las mejor planificadas en base a sistemas de transporte público masivo tienden a ser económicamente más dinámicas y a tener mucha más calidad de vida. Dado que mil millones más de personas se sumarán a la población urbana del mundo en los próximos 15 años, construir ciudades más inteligentes crea una gran oportunidad de reducir la trayectoria de las emisiones al mismo tiempo que de mejorar el desempeño económico y las condiciones sociales.
Lo mismo en la agricultura. La productividad agrícola hoy se puede transformar utilizando nuevas técnicas que reduzcan las emisiones. Las estimaciones sugieren que la restauración de sólo el 12% de las tierras degradadas del mundo podría alimentar a 200 millones de personas más en 2030.
En materia de energía, estamos al borde de una revolución. El precio de la solar y eólica ha caído tanto que en lugares tan diversos como Brasil, Sudáfrica y Chile la energía renovable puede ahora competir con los combustibles fósiles sin necesidad de subsidios.
Al mismo tiempo, el carbón se vuelve más costoso y menos seguro. La contaminación del aire asociada con el carbón y otros combustibles fósiles se ha convertido en uno de los mayores asesinos del mundo, causando siete millones de muertes al año. Hoy es probable que la energía renovable pueda constituir la mitad de toda la generación de electricidad nueva en el período hasta el 2030, algo impensable hace apenas unos años.
Entre tanto, una nueva ola de innovación tecnológica, incluida la digitalización, el desarrollo de nuevos materiales y la electrificación del transporte, brinda posibilidades de transformar la demanda de energía.
Todo esto empieza a suceder, con muchos ejemplos en los que buena política y competitividad se combinan para generar un crecimiento bajo en carbono. Y es crecimiento de alta calidad: se mide no sólo en aumento del PBI, sino en caída de la pobreza, mejora de la salud y protección ambiental.
La evidencia de que el desempeño económico se puede mejorar aun bajando emisiones, surge del nuevo informe de la Comisión Mundial de la Economía y el Clima. El informe se apoya en un consenso cada vez mayor sobre los beneficios de un crecimiento bajo en carbono entre las instituciones internacionales como la OCDE, el Banco Mundial y el PNUD.
Pero el informe también muestra que esto no está sucediendo lo suficientemente rápido. Si la meta es limitar el calentamiento global a no más de 2°C por encima de la época preindustrial, las emisiones tendrán que empezar a caer en los próximos 10-15 años. Eso requiere un cambio importante en la inversión.
Ese cambio es ahora posible. Durante los próximos 15 años, posiblemente se inviertan en el mundo unos US$90 billones en ciudades del mundo, uso del suelo y sistemas de energía. Si construimos infraestructura baja en carbono, podemos lograr múltiples beneficios económicos, sociales y ambientales. Tenemos una excelente oportunidad para dar forma al futuro de la economía mundial y el futuro del sistema climático al mismo tiempo.
Pero los gobiernos deben optar. En los últimos años muchos han vacilado en la política climática. Introdujeron pagos por emisiones, que luego se dejaron caer hasta volverse prácticamente inútiles. Apoyaron las energías renovables, pero también subvencionaron los combustibles fósiles. Estas señales contradictorias han creado incertidumbre para los inversores, dañando el crecimiento y retardando la innovación.
Entre los cambios necesarios, destacan dos. En primer lugar, un fuerte y creciente precio al carbono, implementado a través impuestos o de planes de trading es una base fundamental.
En segundo lugar, los gobiernos deben lograr un acuerdo climático internacional firme y equitativo el próximo año. Ese acuerdo daría una potente señal al mercado de que el futuro de la economía mundial será bajo en carbono.
(c) The Guardian
Sabemos que si no se las controla, las emisiones de gases de efecto invernadero causarán un cambio climático devastador. Lo que ahora se está viendo es que la reducción de las emisiones no sólo es compatible con el crecimiento económico y el desarrollo; si se hace bien, puede incluso generar más crecimiento que el modelo previo de alto carbono.
En el caso de las ciudades, la evidencia –de Bogotá a Barcelona, de Curitiba a Copenhague– muestra que las mejor planificadas en base a sistemas de transporte público masivo tienden a ser económicamente más dinámicas y a tener mucha más calidad de vida. Dado que mil millones más de personas se sumarán a la población urbana del mundo en los próximos 15 años, construir ciudades más inteligentes crea una gran oportunidad de reducir la trayectoria de las emisiones al mismo tiempo que de mejorar el desempeño económico y las condiciones sociales.
Lo mismo en la agricultura. La productividad agrícola hoy se puede transformar utilizando nuevas técnicas que reduzcan las emisiones. Las estimaciones sugieren que la restauración de sólo el 12% de las tierras degradadas del mundo podría alimentar a 200 millones de personas más en 2030.
En materia de energía, estamos al borde de una revolución. El precio de la solar y eólica ha caído tanto que en lugares tan diversos como Brasil, Sudáfrica y Chile la energía renovable puede ahora competir con los combustibles fósiles sin necesidad de subsidios.
Al mismo tiempo, el carbón se vuelve más costoso y menos seguro. La contaminación del aire asociada con el carbón y otros combustibles fósiles se ha convertido en uno de los mayores asesinos del mundo, causando siete millones de muertes al año. Hoy es probable que la energía renovable pueda constituir la mitad de toda la generación de electricidad nueva en el período hasta el 2030, algo impensable hace apenas unos años.
Entre tanto, una nueva ola de innovación tecnológica, incluida la digitalización, el desarrollo de nuevos materiales y la electrificación del transporte, brinda posibilidades de transformar la demanda de energía.
Todo esto empieza a suceder, con muchos ejemplos en los que buena política y competitividad se combinan para generar un crecimiento bajo en carbono. Y es crecimiento de alta calidad: se mide no sólo en aumento del PBI, sino en caída de la pobreza, mejora de la salud y protección ambiental.
La evidencia de que el desempeño económico se puede mejorar aun bajando emisiones, surge del nuevo informe de la Comisión Mundial de la Economía y el Clima. El informe se apoya en un consenso cada vez mayor sobre los beneficios de un crecimiento bajo en carbono entre las instituciones internacionales como la OCDE, el Banco Mundial y el PNUD.
Pero el informe también muestra que esto no está sucediendo lo suficientemente rápido. Si la meta es limitar el calentamiento global a no más de 2°C por encima de la época preindustrial, las emisiones tendrán que empezar a caer en los próximos 10-15 años. Eso requiere un cambio importante en la inversión.
Ese cambio es ahora posible. Durante los próximos 15 años, posiblemente se inviertan en el mundo unos US$90 billones en ciudades del mundo, uso del suelo y sistemas de energía. Si construimos infraestructura baja en carbono, podemos lograr múltiples beneficios económicos, sociales y ambientales. Tenemos una excelente oportunidad para dar forma al futuro de la economía mundial y el futuro del sistema climático al mismo tiempo.
Pero los gobiernos deben optar. En los últimos años muchos han vacilado en la política climática. Introdujeron pagos por emisiones, que luego se dejaron caer hasta volverse prácticamente inútiles. Apoyaron las energías renovables, pero también subvencionaron los combustibles fósiles. Estas señales contradictorias han creado incertidumbre para los inversores, dañando el crecimiento y retardando la innovación.
Entre los cambios necesarios, destacan dos. En primer lugar, un fuerte y creciente precio al carbono, implementado a través impuestos o de planes de trading es una base fundamental.
En segundo lugar, los gobiernos deben lograr un acuerdo climático internacional firme y equitativo el próximo año. Ese acuerdo daría una potente señal al mercado de que el futuro de la economía mundial será bajo en carbono.
(c) The Guardian
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