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domingo, 30 de noviembre de 2014

ARGENTINA. A 30 AÑOS DEL FINAL DEL CICLO QUE CASI LLEVA A LA GUERRA A ARGENTINA Y CHILE


A 30 años del final del ciclo que casi lleva a la guerra a Argentina y Chile

El conflicto por el canal de Beagle.

Fue el final de un delirio armado que casi lleva a la guerra a Argentina contra Chile. Hizo falta el ocaso de la dictadura militar, acelerado por la derrota en Malvinas en 1982, y la decisión política, temprana y sagaz del gobierno de Raúl Alfonsín, para que los dos países firmaran un acuerdo de paz que empezara a poner fin a las disputas limítrofes.
Fue esa otra, la diplomática, una larga batalla de doce años, sacudidos por los azarosos vaivenes políticos de los dos países. Pero al fin, el 29 de noviembre de 1984, hace treinta años, el canciller de Alfonsín, Dante Caputo y el del dictador chileno Augusto Pinochet, Jaime del Valle, estamparon la firma en lo que se conoce como Tratado de Paz y Amistad. Lo hicieron en el Vaticano, porque el entonces papa Juan Pablo II había aceptado mediar en el conflicto por el Canal de Beagle, centro de la disputa entre Argentina y Chile.
La ceremonia no pudo tener un mejor escenario: la Sala Regia del Palacio Vaticano, antesala de la Capilla Sixtina, decorada en 1573 por pedido del papa Paulo III. Un salón de una belleza deslumbrante que entre sus frescos, un detalle que pasó inadvertido a todos menos a las autoridades de la Iglesia, figuraba uno de Giorgio Vasari que mostraba la escena de otra guerra entre hermanos: La Noche de San Bartolomé, la matanza de franceses protestantes a manos de hordas católicas durante una de las tres guerras religiosas de Francia.
Pero a las cinco de la tarde de aquel 29 de noviembre que hoy parece tan lejano, nadie pensaba en la guerra. Caputo dijo que la firma del acuerdo, ambos cancilleres usaron lapiceras engalanadas con plumas de ganso amarillas y blancas, los colores vaticanos, era “un punto de partida para el desarrollo de la justicia y de la paz” y luego, en la intervención más larga de esa tarde, habló sobre la eventual solución a los problemas de América Latina, que debía ser, dijo, global.
Su par chileno fue más formal y no se apartó demasiado de lo esperable. El tratado representaba, dijo “una voluntad recíproca y responsable de deponer antagonismos”. Todo transcurrió bajo la mirada de águila del cardenal Agostino Casaroli, Secretario de Estado del papa Juan Pablo, impulsor de la Ostpolitik de la Iglesia, la apertura hacia los países del Este, durante los papados de Juan XXIII y de Paulo VI y un halcón de la diplomacia y la curia vaticanas.
Casi no importaba demasiado lo que había por delante. Lo trascendente era lo que el Tratado dejaba atrás. La mediación papal por el Beagle, lanzada el 22 de diciembre de 1978, frenó una invasión argentina a Chile, algunas fuentes aseguran que tropas argentinas llegaron a entrar en territorio chileno, y puso en escena al cardenal Antonio Samoré, un anciano de voz melosa, gestos leves y astucia de corsario, que no llegó a ver el éxito pleno de su misión, murió en febrero de 1983.
Estaban en disputa, una “cuestión de honor” para la dictadura militar argentina, las aguas navegables en el Canal de Beagle y la pertenencia de tres islas, Picton, Lennox y Nueva y de otros islotes. En 1971, Argentina había recurrido a un laudo arbitral, encarado por Gran Bretaña. Seis años después, el laudo que otorgaba gran parte de sus pretensiones a Chile, fue rechazado por las autoridades militares del “proceso”.
En 1978, después del XI Mundial de Fútbol, el clima bélico se hizo más duro y evidente en el país. A los aprestos militares, el desfile del 9 de julio en la Avenida del Libertador fue una grosera y amenazante muestra de fuerza, siguieron frases desdichadas en boca de altos jefes, hoy condenados por delitos de lesa humanidad, que juraban tener calzados sus shorts de baño para lucirlos en el Pacífico.
El fallo de Juan Pablo II, dado el 12 de diciembre de 1980, se mantuvo en secreto hasta que ambos gobiernos dieran a conocer su posición, antes del 8 de enero de 1981. Chile lo aceptó de inmediato. Disconforme con el fallo del Papa, Argentina guardó silencio y dejó caer el plazo hasta el 25 de marzo de ese año, en el que pidió más precisiones y detalles. Nunca más el gobierno militar volvió a hablar del Beagle, enfocó sus ansias de guerra hacia Malvinas.
Recuperada la democracia, Alfonsín manifestó de inmediato su intención política de sellar el acuerdo con Chile. Los tiempos eran otros. No estaba en peligro la paz. Sólo era una deuda pendiente en el terreno de la diplomacia, que debía ser saldada. El 18 de octubre de 1984, el negociador Marcelo Delpech y su par Ernesto Videla, por Chile, firmaron en el Vaticano el acta de consolidación del acuerdo y lo hicieron público. Hasta entonces, sólo se conocía por trascendidos periodísticos.
Luego de algunos debates pintorescos entre Caputo y el entonces senador catamarqueño Ramón Saadi, Alfonsín llamó a una consulta popular no vinculante. Los argentinos votamos sobre el sí o el no al acuerdo con Chile el 25 de noviembre de 1984. Ganó el sí con el 82 por ciento de los votos. El Congreso argentino aprobó el acuerdo el 30 de diciembre de 1984 y el 2 de mayo de 1985, Caputo y Del Valle ratificaron el tratado, esta vez sí, ante la mirada paciente de Juan Pablo II. En aquella democracia flamante en la que todavía no había pasado lo que estaba por venir, los tambores de la guerra se habían sepultado.
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