Diario "Clarín". Buenos Aires, 3 de octubre de 2004.
DEBATES
La nuevas guerras del siglo XXI
Pascal Boniface
Será la lucha contra el terrorismo la cuarta guerra
mundial (si consideramos la tercera la Guerra Fría)? Esta comparación
carece de sentido estratégico. La rivalidad soviético-estadounidense se
ejercía de forma ruda, pero dentro de un marco conceptual común:
disuasión nuclear, equilibrio del terror, zonas de influencia eran
conceptos vigentes tanto en Washington como en Moscú.
Hoy no es así en absoluto. El terrorismo no juega con el mismo tablero
que sus adversarios. El bloque soviético estaba muy centralizado y
jerarquizado. Estados Unidos y la Unión Soviética combatían con armas
casi iguales o en todo caso, comparables. En cambio, Al Qaeda es una red
mundial formada por grupos no vinculados entre ellos por una estructura
organizativa y unidos por una serie de objetivos que se superponen
parcialmente. El terrorismo contó siempre con la ventaja de poder elegir
el blanco y el momento del ataque haciendo la defensa mucho más
difícil.
Si se protegen los edificios oficiales, los ministerios, las embajadas,
los terroristas pueden dirigirse contra las escuelas o contra individuos
aislados. Una defensa eficaz al ciento por ciento no es posible, a
menos que cambiemos el modelo de sociedad. Los terroristas siempre
podrán atacar un objetivo menos protegido, que era considerado
secundario y que se convertirá en importante en razón de su
accesibilidad.
Hay diferencia con la Guerra Fría también en lo económico. El precio de
un atentado no tiene punto de comparación con los gastos que genera.
Según un informe sobre terrorismo del comité del Consejo de Seguridad de
la ONU, los atentados del 11 de setiembre necesitaron una financiación
de 100.000 dólares, mientras que los atentados contra las embajadas de
Estados Unidos en Kenia y Tanzania en agosto de 1998 o de Bali en
octubre del 2002 habrían costado 50.000 dólares. El ataque contra el
destructor USS Cole en Adén en octubre del 2002 rondó los 10.000
dólares, igual que los de Madrid en marzo del 2004.
Muy poco en comparación con los costos de las destrucciones, el impacto
psicológico y estratégico y los gastos en seguridad que acarrean. Hacen
falta un poco de dinero y unos hombres o mujeres dispuestos a morir para
llevar a esto. Es evidente que los recursos necesarios están
disponibles.
La sofisticación tecnológica de los equipos militares de EE.UU. les
permite no tener competidores estratégicos. Sin embargo, poco pueden
contra Al Qaeda y los suyos. Para EE.UU. dos divisiones involucradas en
operaciones de estabilización en Irak cuestan 1.000 millones de dólares
por semana. Al año, eso representa el PBI de Nueva Zelanda. ¿Ha
conseguido EE.UU. con eso mayor seguridad? No.
Dotar a EE.UU. de un sistema de comunicación de urgencia a escala
nacional costaría 62.000 millones de dólares. Vigilar los 20.000
contenedores que llegan todos los días a sus puertos (hoy sólo se
verifica el 2 por ciento) exigiría más de 20.000 millones de dólares de
inversión y luego los gastos de mantenimiento del sistema. Ni siquiera
es posible calcular lo que costaría controlar los entre 8 y 12 millones
de inmigrantes ilegales que residen en ese país.
Tal como está planteada, la lucha contra el terrorismo agravará el
déficit estadounidense, ya astronómico, y reducirá la capacidad de
intervención de Washington en materia social o educativa.
La URSS se derrumbó por no haber sido capaz de seguir el ritmo económico
occidental. Hoy es el terrorismo el que puede asfixiar económicamente a
su adversario. Razón de más para no recurrir a lo exclusivamente
militar, que alimenta más que combate el terrorismo. Hay que hacer
frente al desafío aportando ante todo respuestas políticas. De otro
modo, no sólo no conseguiremos mejorar nuestra seguridad, sino que
además veremos disminuir nuestra capacidad de satisfacer las necesidades
sociales de nuestros conciudadanos.
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