Doha: tradición y modernidad
FACETAS ENIGMÁTICAS LA REVOLUCIÓN DE MOZAH EL ARTE DEL ISLAM DE LA AVENTURA AL SOSIEGOEl brillo de la cultura de Oriente Medio se luce en esta península del Golfo Pérsico. Entre el glamour y las antiguas costumbres, impresiones de un paseo por sus mercados, rincones históricos e impactantes paisajes áridos.
Es difícil
decidir cuál es la mejor vista: ¿la del arribo, la de la partida? Al
margen de las condiciones emocionales, más allá de la feliz ansiedad del
viajero al aterrizar, o la sosegada satisfacción al iniciar el regreso,
¿cuál es, objetivamente, la mejor visión que se puede tener de Qatar desde el aire? El vuelo a Doha
desde Buenos Aires llega cerca de la medianoche: de modo que de ida se
podrá apreciar la exultante modernidad de la capital, con sus
imponentes rascacielos iluminados con tenues colores celestes, sus
siluetas caprichosamente bellas, zigzagueantes o inclinadas sobre el
Golfo Pérsico. En cambio, el vuelo de Qatar Airways que regresa a la
Argentina parte a la mañana temprano. La visión de la partida será la
del desierto infinito, en el que floreció vertiginosamente este país de Asia
. ¿La noche azul sobre el mar calmo o el sol brillando sobre la arena?
No es fácil decidir. Pero puesto que estamos en Oriente Medio,
pongámonos en manos de la antigua sabiduría oriental, para la cual el
día y la noche son dos caras de una única reluciente moneda.
Qatar
es por donde se la mire una reluciente moneda. No sólo porque en apenas
siete años llegó a ser una de las economías más ricas del planeta, con
el producto bruto interno per cápita más alto del mundo y un nivel de
vida comparable al de los principales países europeos, a los cuales
emula en confort y diseño. Lo es también, yendo a un plano más lúdico,
porque permite conocer el exotismo y la fantasía que son propios del
mundo árabe, en un marco de sobria preservación de la cultura islámica,
que admite no obstante las miradas curiosas del exterior. Como no todos
los países árabes tienen sus puertas abiertas al turismo (por ejemplo, a
Arabia Saudita sólo se puede ingresar si se cuenta con una visa de
trabajo otorgada por ese país; es imposible visitarla de paseo), tanto
más interesante resulta la oportunidad que brinda Qatar. Empecemos por la cara diurna de la radiante moneda catarí. En Doha –como ocurre en el resto del país– hace mucho, muchísimo calor: supera los 40 grados centígrados en esta época del año y durante la jornada prevalece la intensa luminosidad. Amanece antes de las cinco y poco después comienza toda la actividad. Si una de las prioridades del viajero es disfrutar de las playas de arenas blancas y costas aguamarina del golfo, conviene estar en la reposera bien temprano para evitar la insolación. En esto seguimos las recomendaciones de Nehal, la joven egipcia encargada de llevar adelante las relaciones públicas del Hotel Four Seasons: “Las seis y media es una buena hora para disponerse a tomar sol”. El agua cristalina está siempre tibia, incluso antes de las siete de la mañana; tiene alta salinidad y suele traer consigo hasta muy cerca de nuestros pies algunos pececitos traslúcidos.
En Doha o cerca de alguna de las ciudades costeras, la elección de la playa adonde ir será decisiva para las turistas occidentales: en las zonas públicas, las mujeres sólo pueden ir vestidas –las cataríes se bañan con sus trajes negros, que las cubren de la cabeza a los pies– y no les permiten alejarse demasiado de la orilla. Pero en los hoteles de lujo de la capital, la libertad es casi total. En cualquier caso, tomar sol en topless es “definitivamente tabú”, como establece la autoridad turística nacional. Esta es una de las razones por las que hoteles cinco estrellas de Doha, como el Four Seasons, InterContinental, Al Sultan o Sheraton son un destino prácticamente obligado: porque tienen sus propias playas privadas; y porque en ellos el ambiente más bien cosmopolita de los hombres y mujeres de negocios favorece y promueve la mezcla de costumbres. Los hoteles cuatro o tres estrellas de Doha no tienen salida a la playa y, por otra parte, su público generalmente local o regional tiende a limitar las posibilidades de heterodoxia en materia de vestimenta.
Qatar practica “una versión tolerante del islam”. No tan tolerante como la de otros países islámicos, como Egipto o incluso los vecinos Emiratos Arabes Unidos, en cuya capital, Dubai, se puede comprar una botella de whisky a plena luz del día (en Doha, sólo se puede tomar alcohol en los bares de los hoteles más caros). Pero muchísimo más tolerante que la de Arabia Saudita, donde las mujeres no pueden manejar, ni siquiera andar solas en el transporte público. Qatar, que fue protectorado británico hasta su independencia, en 1971, une al crecimiento económico –debido a sus reservas de petróleo y, sobre todo, a las de gas (del cual es tercera reserva mundial)– una progresiva apertura cultural. En ella viene jugando un rol protagónico la segunda esposa del emir jeque Hamad bin Jalifa Al Thani, es decir, la jequesa Mozah bint Nasser Al Missned (la “sheikha Mozah”, como todos la llaman). De la importancia política nacional e internacional que tiene la jequesa Mozah hablan seguido los diarios. La revista Forbes la incluyó en el puesto 74 entre las 100 mujeres más poderosas del mundo. De la importancia cotidiana que ha tenido esta bellísima mujer –hija del que fue el principal rival político del padre del actual emir, y madre de siete de los 24 hijos del jeque Al Thani, entre ellos, del actual heredero–, de eso hablan todos en la calle.
La revolución de Mozah
Socióloga de formación, la “sheikha Mozah” impulsó la reforma educativa catarí y la creación en Doha de una “ciudad de la educación”, que reúne a nueve sedes universitarias europeas y norteamericanas, con sus equipos de profesores extranjeros. Sus alumnos provienen de todo el mundo árabe o son hijos de los miles de inmigrantes, que llegan a Qatar de todas partes del planeta, atraídos por las enormes posibilidades de desarrollo económico que ofrece el lugar. En la Universidad de Northwestern estudia Sidney, la hija de 23 años de Miranda, asesora de marketing sudafricana, que nos lleva a recorrer The Pearl, uno de los más lujosos emprendimientos inmobiliarios del país.
Mientras Miranda –pantalones negros ajustados, remera escotada, lindos aros de madreperla– nos acompaña a ver, desde una lancha, las decenas de torres en construcción que miran al mar, le pregunto cómo es criar a una hija joven o adolescente en Qatar (mi pregunta es, más bien, cómo se anima a hacerlo). Miranda, nacida en Pretoria, afincada desde hace casi tres años en Doha, dice que está feliz de la formación que tiene aquí su hija, que estudia para ser periodista, y del futuro que le augura el hecho de tener en esta misma ciudad la sede de la exitosa cadena de noticias árabe Al Jazeera (financiada al comienzo por el emir Al Thani), que contrata periodistas de todo el mundo. “Es cierto –me dice– que uno se tiene que fijar bien a qué playa ir, pero hay muchas posibilidades. Y uno se acostumbra. Las mujeres hemos ganado tanta libertad en este tiempo. Todo gracias a la sheikha Mozah.” ¿Es tan así, realmente? La respuesta no tiene matices: “Claro. En un millón de años se seguirá hablando de ella”.
Giselle, una joven boliviana nacida en Santa Cruz de la Sierra, que vive desde hace siete años en Doha, y que guía nuestro city-tour desde un ómnibus de la empresa Gulf-Adventures, no está tan segura de los beneficios que ofrece Qatar a una joven mujer de origen occidental. Las restricciones para todo lo que implica forjar o exteriorizar los afectos entre hombres y mujeres la tienen francamente preocupada. Pero Giselle insiste en el papel revolucionario que ha jugado, a nivel cultural, la sheikha Mozah: “Ella lo cambió todo aquí. Cuando yo llegué no podía ir vestida como tú o como yo. No podía ponerme esto que tengo –calzas de algodón y una discreta blusa blanca que llega hasta sus muslos–, pero como la sheika viste de otra forma, ella nos abre la puerta. Las costumbres han cambiado mucho en pocos años”.
Doha es una ciudad de contrastes: lo nuevo y lo antiguo, lo oriental y lo occidental. Lo abierto (el paisaje que se hunde en el desierto) y lo cerrado (las ventanas, los estadios mundialistas, el hipódromo: fútbol y polo son deportes que aquí se practican íntegramente bajo techo). Una modernidad de ostentosa pujanza propone sus edificios firmados por célebres arquitectos. El argentino César Pelli, por ejemplo, es autor del diseño del Sidra Medical Center, que se inaugura el año que viene.
Y junto a la isla urbana de torres majestuosas, el camino rodeado de dunas que se mueven de forma lenta pero inexorable, y que nos lleva hacia la moderna Ciudad Cultural. En el último tramo antes de ingresar a la Ciudad Cultural –poblada de restaurantes, centros de cultura islámica y un gigantesco anfiteatro– la calle aparece rodeada por una serie de tabiques. Estos sostienen, entre bastidores, grandes tapices, como alfombras persas, de colores vivos, castigados por un sol implacable. Detrás de ellos, la arena, que se cuela por arriba, por abajo, por los costados. ¿Han querido ocultarla o resaltarla con esos tabiques? ¿Son una muestra más del derroche de bellezas en el que incurre, a cada paso, la familia del emir, dueña de casi todo en este país? En la Ciudad Cultural no encontramos a nadie caminando –excepto dos hombres que acondicionan el jardín exterior de una luminosa mezquita, donada por la ciudad de Estambul. Puede ser por el calor. Luego se advierte que en Doha casi nadie camina, ni aquí ni en la zona céntrica: todos van en autos flamantes, al amparo del aire acondicionado. En esto, la capital –que podría bien tener la vivacidad de un balneario europeo, ya que se encuentra emplazada junto al mar– recuerda a algunas ciudades norteamericanas en las que el concepto “vereda” apenas tiene significado para sus habitantes. Como ellas, Doha no está pensada para peatones: no los hay entre los edificios que albergan empresas petroleras o gasíferas, ni en los barrios donde vive la población local (con casas que apenas se dejan ver detrás de grandes tapias), ni donde viven los extranjeros.
Sólo a partir de las 17.30, cuando el sol empieza a bajar, aparece la gente paseando con carritos de bebé o haciendo jogging por La Corniche , una especie de rambla que rodea a la zona más chic de la ciudad y que sigue la forma de medialuna de la costa. Para ver mucha gente hay que adentrarse en los shoppings o en los mucho más típicos y vistosos mercados, como el Souq Waqif (ver Imperdibles ).
El arte del islam
Otro precioso ejemplo de contrastes: el Museo de Arte Islámico (MAI) de Doha, concebido por el norteamericano de origen chino Ieoh Ming Pei. El museo abre a las 10.30 e ingresamos puntualmente. Alumno de Marcel Breuer y Walter Gropius, Ieoh Ming Pei –que tenía más de 90 años cuando comenzó la edificación del predio– estuvo viviendo varios meses en países islámicos para alimentar su inspiración. Finalmente se detuvo en una antigua mezquita egipcia, y reprodujo sus bóvedas de recta geometría en el flamante museo, inaugurado en 2008. A ellas sumó otra bóveda superior, con dos arcos que miran a la ciudad y al golfo. Ellos representan unos ojos pícaros, según Pei son los de las mujeres islámicas, que asoman por la hendija del niqab , el tipo de velo más común en este país, donde también se ven los más abiertos chador y hiyab ; y a veces, aunque en menor medida, alguna burka .
El edificio del MAI es maravilloso por dentro y por fuera. Vale la pena recorrer sus soberbias galerías exteriores, con vista privilegiada del mar y de la urbe. Ieoh Ming Pei es el mismo arquitecto que construyó la pirámide del Louvre. A propósito, a los cataríes les gusta repetir que el MAI, cuyas piezas integran la colección privada de la sheikha Mozah, es “el Louvre de Oriente Medio”. Algún especialista en políticas patrimoniales podría discutírselo, pero ese no es el punto ahora: este museo es una obra maestra en sí misma y las piezas de su colección permanente, que se remontan no más allá del siglo VII, dan una exquisita visión de conjunto del islam, que ensancha notablemente la gama de sus colores, formas e ideas respecto de las que son sus manifestaciones –siempre históricamente determinadas– en el presente.
Nuestra guía por el museo es una joven china, graduada en Historia del Arte en Shanghai, a quien le gusta detenerse en algunas maravillas del tercer piso: la cerámica iraní del siglo VII, la máscara de oro de un soldado del legendario Tamerlán. Este nombre, del persa Timür-i lang, significa “Timur, el tuerto” y refiere al último de los grandes conquistadores del Asia Central: un guerrero turco-mongol que vivió en el siglo XIV y se adueñó de gran parte de Asia, desde la India hasta el sur de Rusia y desde Anatolia hasta China (en cuya conquista murió). Tamerlán también impulsó la arquitectura, las artes plásticas y otras empresas intelectuales, como la escuela de manuscritos de Herat, que dirigió su nieto. Hablando de manuscritos, en el mismo tercer piso se pueden ver páginas del Corán, decoradas a mano con tintas maravillosas, entre los siglos IX y XV, en diversos puntos de Medio y Lejano Oriente.
Aunque no tengan el fulgor de otras joyas de este sitio fabuloso, recomiendo vivamente las reliquias guardadas en las salas 8 y 9 del segundo piso, que evocan una etapa crucial de la formación de la cultura oriental no menos que de la occidental. Son piezas que ilustran el florecimiento científico en el mundo árabe medieval, como el astrolabio broncíneo fabricado en el norte de Africa en el siglo XII o el mapa de las estrellas fijas, realizado en Irak, por la misma época; precisamente cuando otros eruditos árabes impulsaban, desde España, el reingreso a Occidente de los textos de Aristóteles, que se hallaban perdidos para esta parte del planeta desde la Antigüedad.
La entrada para ver la colección permanente del Museo es siempre gratuita. Pero incluso las muestras temporarias, que cuestan 25 ryales de Qatar, es decir, menos de 30 pesos (ahora mismo hay una exhibición de pintura flamenca, de Rembrandt a Vermeer), son gratuitas los lunes. No se lo pierdan.
De la aventura al sosiego
Giselle, nuestra guía sudamericana, nos tiene preparada una sorpresa. Después del museo, un opíparo almuerzo en Al-Majíes Al-Arabi , restaurante típico en un barrio céntrico –no sofisticado ni exclusivo– que ofrece, sin alardes y a precios más que razonables, una sabrosa variedad de platos locales (véase La Buena Mesa ).
Para después del almuerzo; la aventura. Una de las mayores atracciones turísticas de Qatar –en segundo lugar detrás de Doha– es Khor Al Adaid , o el Mar de Tierra Adentro . Ubicado al sur de Doha, es un lago de impactante belleza, con una estrecha salida al mar, en el límite entre Qatar y Arabia Saudita. Allí se llega luego de atravesar las ciudades de Al Wakra y Messaied, a unos 50 kilómetros de la capital, y luego de internarse casi otro tanto en las dunas indómitas. Bueno, no es exactamente que “se llega”: para poder llegar hasta allí es preciso contar con una 4x4 bien balanceada y con un conductor experto en terrenos movedizos, dispuesto a arrojarse por las barrancas de las dunas más altas, incluso en caída vertical, hasta alcanzar una planicie de arena. Es lo más parecido a la montaña rusa que podría brindar el desierto.
Confiamos en que el paquistaní Azad, que va escrutando las arenas mudas detrás de sus gafas negras mientras conduce a alta velocidad, y que se lanza sin titubeos cuesta abajo, conoce cada centímetro, cada grano de arena de este tesoro de la naturaleza desértica. Y entonces nos dejamos caer –qué otro remedio nos queda, a esta altura del safari– sintiendo el rumor de la arena que golpea contra el vidrio de nuestra ventanilla, que está ya casi en posición horizontal respecto del piso, mientras la camioneta va derrapando por el médano. Es puro vértigo, combinado con el placer calmo del paisaje de la arena catarí, con sus mil distintos tonos de amarillo grisáceo. Azad detiene la marcha frente al Mar de Tierra Adentro y señala la frontera Saudita. El punto prohibido o inalcanzable parece tan cercano, visto desde aquí.
En la zona del Mar de Tierra Adentro se concentran, además, otras actividades lúdicas y deportivas: se puede practicar parapente y sandboard , se alquilan cuatriciclos y, por supuesto, se puede andar sobre el lomo de pacíficos camellos. Los precios de las actividades van desde los 20 pesos argentinos (para dar una vuelta en camello, con el auxilio de su cuidador, un joven inmigrante de Nepal), hasta los 200 (para usar el cuatriciclo durante toda la tarde). El propio safari de una tarde entera no cuesta más de 200 pesos por persona, e incluye el traslado desde y hasta Doha, además de la mencionada “montaña rusa” por el desierto catarí.
Más abajo, pero siempre envueltos en la atmósfera fantástica del desierto y a orillas del agua tibia y clara, las carpas –como tiendas remanentes de alguna antigua campaña militar persa– listas para poder pasar aquí la noche. Los containers , con provisiones para la cena: cordero y vegetales asados, acompañados por arroz condimentado con limón. Antes de que caiga la noche, por las planicies se ven grupos de camellos que corren hacia el agua.
Las tres visiones nocturnas de Qatar que me vienen ahora a la mente tienen luces titilantes. Pueden ser las luces intermitentes que coronan los rascacielos, vistos desde la caminata por La Corniche . Pueden ser, quizá, las estrellas lejanas, bordadas en el cielo profundo, vistas desde un rincón del desierto. O pueden ser también las luces del aeropuerto y de la propia ciudad, a medida que el avión se aleja del Golfo Pérsico. En los tres casos me pregunto cuál será la cifra que regula esa oscilación. Este prenderse y apagarse. También me pregunto si oscilará por siempre.
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