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lunes, 10 de agosto de 2015

MEDIO ORIENTE 2015 Un país, dos gobiernos: la fractura que crece en Medio Oriente

Violencia y caos / Cambios en el mapa regional

Un país, dos gobiernos: la fractura que crece en Medio Oriente

Por  | LA NACION
 
PARÍS.- Por primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo asiste a un inédito caos generalizado en ciertas regiones y, más particularmente, en Medio Oriente, donde varios países están al borde de la implosión.
Desde Libia hasta Siria, naciones enteras están implicadas en algún conflicto armado y divididas de facto, con inmensas consecuencias no sólo en el terreno geopolítico y económico, sino, sobre todo, para sus habitantes. Ellos son las principales víctimas de un fenómeno que crece en el mundo musulmán, en parte de la mano del avance de Estado Islámico (EI): cada vez hay más países gobernados por dos administraciones y sus habitantes se enfrentan al dilema de obedecer a dos sistemas de reglas.
 
Desde la contraofensiva aliada contra la organización jihadista EI en 2014 hasta la respuesta militar de Arabia Saudita contra el avance fulminante de la milicia huti en Yemen, pasando por las implosiones de Irak, Siria y Libia, el mundo musulmán se sumerge en el horror del caos.
"El mundo no asiste a una guerra única, estructurada y legible, que se desarrolla ante nuestros ojos en esa región del mundo, sino un abanico cada vez más denso de conflagraciones, tan complejas como devastadoras", señala Myriam Benraad, especialista de Medio Oriente del Instituto de Investigaciones sobre el Mundo Árabe (Iremam). "A un ritmo sin precedentes, los enemigos de ayer se transforman en los amigos de hoy, antes de volver a ser adversarios dentro de cierto tiempo", precisa.
Para la especialista, la situación es tan compleja que la lectura confesional comúnmente aplicada a la región "no basta para explicar esa conflictividad omnipresente y hasta global".
Pero más allá de las percepciones y las divergencias ideológicas, una constatación se impone: los diferentes actores de la violencia, desde los Estados soberanos hasta las fuerzas más informales, se han lanzado a una guerra a muerte, regional y local.
"Esa realidad -agrega Benraad- hecha de relaciones de fuerza brutales, primarias, a veces ejercidas en la más absoluta barbarie, si bien nunca dejó de marcar la historia de Medio Oriente, adoptó un giro mucho más radical en los últimos meses."
Como sucede en decenas de otras ciudades, la guerra en Siria dividió Hasake, urbanización situada en el Nordeste, partida entre kurdos y fuerzas del régimen de Bashar al-Assad. Además de las penurias del conflicto, sus habitantes se ven obligados a pagar otros precios: dos servicios militares, dos registros de conducir y doble imposición fiscal.
"Terminé mi servicio militar con el ejército hace cuatro años, pero si las milicias de Protección del Pueblo Kurdo [YPG] me atrapan, me obligarán a hacer otro de seis meses", explicaba hace poco Raed, un joven sirio de 28 años, a la agencia AFP.
Desde 2012, en virtud de un acuerdo tácito, el régimen de Al-Assad retiró sus tropas de las zonas de mayoría kurda, pero conservó edificios administrativos y soldados. Damasco continúa pagando los salarios de sus empleados y suministrando agua y electricidad a los barrios bajo su control en la zona kurda. Sin embargo, en 2013, el Partido Democrático Kurdo (PYD), principal grupo kurdo en Siria que controla las YPG, creó una administración autónoma.
"Desde entonces, los habitantes que viven bajo control kurdo, de edades comprendidas entre los 18 y los 30 años, ya sean árabes, kurdos o sirios, deben cumplir el servicio militar en las YPG", afirma Radwan Mohammed Sharif, responsable del servicio militar kurdo.
A veces, incluso sin entusiasmo, las poblaciones civiles se resignan al yugo de los grupos radicales después de haber padecido años de violencia.
Antes de la llegada de EI, la ciudad iraquí de Mosul estuvo sometida al ejército regular "integrado por salvajes que violaban y atropellaban a la población", relata Abdel Bari Atwan, autor de un libro sobre la organización de las milicias del autoproclamado califa Ibrahim.
EI no dispone de moneda ni de sistema de verificación de identidad, pero igual distribuye certificados de matrimonio y de deceso. En cada ciudad que ocupa instala administraciones fiscales, de salud, de educación y tribunales que imparten justicia.
El precio de ese simulacro de organización civil es, sin embargo, la barbarie. Todos deben someterse a la más estricta aplicación de la sharia o ley islámica: amputaciones, violencia, decapitaciones... Todo es bueno para hacerse obedecer.
Cuando la ciudad es retomada por fuerzas regulares, los habitantes vuelven a quedar en el más absoluto limbo, sin contar con los castigos a los que son sometidos por haber confraternizado con el enemigo.
En Libia, la situación no es muy diferente. Más de tres años después de la caída de Muammar Khadafy, que sometió durante 42 años a Libia, el país está devastado por la violencia de las milicias y los grupos extremistas, además de verse dirigido por dos gobiernos -en Trípoli y Tobruk- que se disputan el poder central.
"En teoría, son dos países en uno. En la práctica es un caos, terreno de enfrentamiento de diferentes grupos que luchan por el control de los campos y terminales de petróleo y por los fondos depositados en el Banco Central, única institución relativamente sólida, que conserva en sus cofres cerca de 100.000 millones de dólares", analiza Luis Martínez, director de estudios en Sciences Po de París.
"Desastre humanitario", "catástrofe", "situación extremadamente preocupante"... Los calificativos empleados por las ONG coinciden: Yemen, el país más pobre de Medio Oriente, bombardeado desde marzo por una coalición liderada por Arabia Saudita, se sumerge en una gravísima crisis política y humanitaria.
La situación es particularmente difícil en Adén, principal ciudad del Sur, donde se refugió el presidente Abd Rabbo Mansur, luego de que los rebeldes tomaron la capital. Poco después, milicias chiitas atacaron la urbe y provocaron la intervención saudita. Resultado: centenares de muertos y miles de heridos. En ese país donde el 60% de la población es pobre, la guerra también destruyó la escasa infraestructura y provocó penurias de agua, electricidad y combustible. La mayoría de los bancos cerraron y los precios comenzaron a aumentar.
"Si la situación perdura, Yemen podría simplemente dejar de existir", afirma el escritor Safa al-Ahmad. Para él, como para muchos otros expertos, a este paso, cada vez son más los países susceptibles de desaparecer en los próximos 20 años..

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